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30 enero 2018 2 30 /01 /enero /2018 00:13
Cuadro de la pintora María Almeida

Cuadro de la pintora María Almeida

                        Ella…

                  Tenía memoria de pez y cuerpo de sirena, algo de otoño,  cuando era primavera y un poco de verano,  cuando todo era invierno. Me llamaba poco,  porque adoraba las palabras dichas  a la mirada y escribía lo justo, para no olvidar, por ejemplo, que  la lista de la compra solía dejarla  en el bolsillo de la chaqueta de andar por casa y correr por la playa.

                Tenía costumbres que no conocían el tiempo libre; pero tiempo se llamaba su perro y libre su nevera… y esmeralda la escoba, que tenía un lío con Alberto  el recogedor, que a su vez compartía mango con Aurora , la fregona. Así  iba por toda la casa, saludando a los habitantes  con los que compartía y, conversando con ellos se le apagaban los días.

                  Tenía un armario lleno de ropa para la lluvia,  que solo se ponía las noches de luna llena  y una despensa con comida para peces de colores primarios. Adoraba los libros donde no había final, donde alguien había robado las páginas del desenlace… Adoraba leer esos libros que, por su culpa, nunca acababan igual.

                Tenía la sana costumbre de no tener costumbres. Despertaba cuando ya no tenía sueño, comía  cuando tenía hambre, amaba cuando descubría que el corazón iba demasiado rápido, escuchaba música cuando se aburría de los pájaros o de la lluvia. Había aprendido a bailar la música imaginada y a tarararear  silbando.

                Tenía una eterna colección de sueños,  apuntados en un par de libretas cuadriculadas y dos o tres poemas  escritos con mucho cuidado en la esfera de un viejo balón de futbol.   Amaba los árboles que habían perdido la orientación, que no admitían el musgo sobre el norte de su corteza, que preferían ignorar  a ser ignorados.

             Tenía algunas amigas y medio amigo. Sabía que la amistad se calcula empleando una compleja función matemática  que no estaba a su alcance. Odiaba las matemáticas y le costaba entender la amistad… una cosa consecuencia  de la otra, claro está. La amistad no era, definitivamente, la función inversa de la soledad. Tenía entre sus mejores amigos  el tiempo que pasaba consigo misma.

                 Tenía tan poco dinero  que apenas era capaz de imaginar un lugar adecuado para guardar su fortuna.  Tenía el mar, cuando estaba cerca, la luz de sol y el verde de los prados inmensos… y muy poco sitio para guardar las ganas de volver siempre.

                Tenía la libertad de viajar al fin de los lugares sin límites. Adoraba aparcar los sueños que llevaba en los bolsillos y dormirse poniendo nombre a las estrellas de mar. Amaba el rumor de mar en las caracolas que jamás hablaban con la boca llena.

                Tenía la mirada  llena de libertad  y  la cabeza llena de sueños.

                José A. Fernández  Díaz.   

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29 enero 2018 1 29 /01 /enero /2018 01:25
Amor roto

Amor roto

              De camino al infierno de una noche mas en soledad, me encontré con la mirada tuya perdida en las últimas líneas de un libro algo mas viejo que mis días… a juzgar por el aspecto de nuestras tapas.

                Justo cuando abandonabas una página viajada y te ibas de camino a otra, encontraste la mirada mía que quería la tuya atrapada, supongo, en aquella historia. Y la miraste; miraste la mirada mía como si pudiera hablarte un idioma  común o, mejor, secreto.

                Sin dejarme solo,  te llevaste a los labios tu taza de café y me perdí en la soledad mas infinita, cuando los cerraste brevemente, para explicarme que aquella bebida  sabía a lo que sabe el placer… El placer sabe a palabras olvidadas.

                Me deshice en un gesto que te hice. Interpretaste los  esfuerzos de las arrugas mías y decidiste echarme una mano en forma de “ven aquí que tu puedes”…y fui allí, casi sin poder , roto de miedo y curiosidad.

                Cuando llegué a ti, esperé un rato a que llegara mi valor, antes de dejar escapar las primeras palabras que supe arrancar entres sístoles y diástoles …Perversa experiencia que apenas sirve para nada  distinto a la mas inútil de las presunciones.  Te miré y quise recordar que con un abrir y cerrar de ojos se puede escribir una historia. Los abrí todo cuanto pude solo para ti.

                 Tararee tu nombre y olvidé decir el mío… torpe de mi, querida Amanda. Pero te recuerdo, Amanda… sin calles mojadas, te recuerdo sin miedo. Tu me explicaste que llevabas horas esperando a que llegara y yo me disculpé pues nada sabia. No sabia que tenía que venir igual que no sabía que tus labios conocían los míos.

                  Me complace querida Amanda, ser capaz de inventarte, hacerte pobladora de mis sueños de soledad, dedicarme el sabor de tu mirada y el tactos de esas palabras que son mías. ¿Qué haría yo sin ti, solo conmigo y estas ganas de estar libre de calores ajenos?...

                          José A. Fernández Díaz

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25 enero 2018 4 25 /01 /enero /2018 21:33
Flo-re-cer

Flo-re-cer

Ella simple y compleja al tiempo, con sus trece años sin más y sin menos, intentando encontrar un espacio donde aparcar su mirada tímida, se fijó en algún lugar del suelo.  Es posible que no tuviera gran interés en  intentar tolerar aquello que no  importaba entender… alguna gente que se relacionaba en el patio del colegio no estaba en conexión con sus deseos, mucha gente se dejaba llevar por la corriente y ella estaba varada…

          Él simple y complejo al tiempo, con sus trece años sin más y sin menos, intentando encontrar un espacio donde aparcar su mirada tímida, se fijo en algún lugar del suelo… algo mas allá de donde lo hacía ella. La mira de lejos y decide acercarse.

                Él muy cerca de ella, tanto que se sienten, clava la mirada en el punto que la entretiene. Pronto decide hablarle… Se acerca más y levanta la mirada buscando la de ella que apenas se atreve…

           -Yo miraba al suelo en aquel lugar del patio, tu lo miras aquí y me ha parecido que podríamos mirar juntos…

                -No miro al suelo… miro esa mancha del suelo.

                -En donde yo estaba no había mancha

                -Aquí, si y si te fijas bien guarda cierto parecido con la estrella de la muerte.

                -Si, eso me ha parecido a mi.

               Habían  hablado otras veces. Otras veces habían concluido que tenían cosas en común. No siendo tan comunes, resultaba difícil encontrar espíritus afines… pero eso apenas importaba.

               Apenas se miraban a los ojos, apenas dibujaban con palabras el cosquilleo que correteaba  por su manera de pensar y entender; apenas sabían que la vida tiene estas cosas y otras mas complicadas…

                Pronto se unieron a ella y a él, dos o tres compañeros que desdibujaron la magia que los contenía… al fin y al cabo, mañana, era otro día y estaba por venir…

                José A. Fernández Díaz  

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25 enero 2018 4 25 /01 /enero /2018 00:36
Despedida

Despedida

                      Tardaba en llegar… No iba a llegar nunca.

                Uno no sabe, no puede saber hasta dónde llega la vida y cuando toca reconocer que somos frágiles y vulnerables… mortales en definitiva.

                Él tenía la curiosa costumbre de escribir una breve nota,  quizá no tan breve algunas veces; una nota que luego colgaba en la puerta de la nevera. Lo hacía antes de salir de casa con dirección al trabajo. Luego, al final del día recogía aquella reflexión y dejaba el lugar para otra que escribía justo al amanecer de  la mañana siguiente.

                Ella se había acostumbrado a aquella manía y, sinceramente, ya no prestaba atención al contenido de los textos. Solo alguna vez, mientras desayunaba, solo alguna vez leía sin más…

                Aquella mañana él lo hizo. Como siempre había dejado un texto… sin saber; cómo iba a saber que aquel tenía la cualidad de ser el último.

                Llegada la hora y algo nerviosa porque él no contestaba al teléfono, buscó por toda la casa una explicación, invadida por el miedo, terminó por descubrir en  la puerta de la nevera una explicación;  se encontró con el texto de aquel día… lo leyó…

                “Inmensa noche de sueños hechos con pedacitos del tiempo lleno de magia e ilusiones del que tiene la culpa la mujer que puebla mi vida. Maravillosa noche de recuerdos para hacerme pensar que soy un transeúnte afortunado. Posé un beso sobre tus labios mientras dormías porque me apetecía agradecerte, decirte que sin ti los sueños no tendrían sentido y la vida estaría vacía…  Yo te quiero”

                Pasaron los días que se hicieron semanas y luego años… él no volvió, no podía hacerlo… Ella se perdió para siempre en el interior de la cárcel de su mundo interior. Miraba y recitaba de memoria,  todos los días, el contenido de  aquel papel pegado en la puerta de la nevera,  que había dejado de funcionar dos o tres años después.  Nadie volvió a saber de la mujer que había sido. Nadie supo entender que él ya no estaba.

                José  A. Fernández  Díaz

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23 enero 2018 2 23 /01 /enero /2018 20:31
Contra la luz

Contra la luz

                  De tanto intentarlo, de tanto rendirse, amaneció,  un día cualquiera de otoño, en el lugar mas hermoso del que los sueños suyos eran capaces. Tomó prestado el tiempo que dedicaba a ser una más, anónima e invisible y se lo gastó en atrapar entre el ir y venir de su propia manera de respirar , los encantos de la relación con las cosas que no se pueden tocar.

                La vida es poco de lo que uno quiere y mucho de lo que a uno le toca; pero solo si nos rendimos. Ella se rendía a veces y otras veces hacía un viaje al centro de su universo interior, para encontrarse con los cajones abiertos y a rebosar de recuerdos entre las hojas secas de un buen  puñado de otoños. De aquellos viajes volvía hecha una luchadora con ganas de seguir y seguía siempre.

                En su jardín, abierto a la libre disposición de los dioses, llovía y hacía sol, olía a hierba seca y a pradera húmeda, a bosque profundo y umbrío, a mar intenso y bravo, pacífico y sereno a veces…  Había libertad para elegir entre la noche y el día, entre el ruido y el silencio imposible, entre la poesía y la prosa, entre las palabras y los signos…

                Algunas veces,  con la voracidad del egoísta más grande,  él respiraba a su lado y ella huía, huía para no saber de sus manos, de sus palabras y su furia… del horror de tener los pasos contados y las horas heridas de muerte. Viajaba al jardín de sus secretos con una mano tapando la boca del animal y la otra la mirada del miedo. Viajaba con ganas de no volver; pero,  sin saber por qué volvía una y otra vez sin ser capaz de una huida definitiva.

                Cuentan que apenas un par de personas sabían de su jardín secreto, cuentan que las continuas ausencias, las huidas al interior de si misma,  hicieron de la bestia con la que convivía un animal asesino. Cuentan que no la entendió nunca porque nunca se acercó al latido de la mujer  con la que se había casado… para arruinarle la vida. Cuentan que ella guardó silencio para siempre cuando las palabras afiladas, las cosas que herían se hicieron brechas en la piel, brechas por donde se escaparon primero las ilusiones, luego las esperanzas y, al final la vida…

                Celoso el animal, celoso de la mujer que se defendía refugiándose entre los límites pequeñitos de su jardín inventado, celoso de no entenderla, de pensarla propiedad de otro, de imaginarla fuera de sus tortuosos dominios, celoso de los viajes a su jardín, celoso la torturó hasta matarla…

                José A. Fernández Díaz   

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23 enero 2018 2 23 /01 /enero /2018 00:02
Niña de lluvia

Niña de lluvia

Escuché la lluvia e intuí que estabas a punto de llegar…

                Y llegaste, lo hiciste cuando yo había dado por hecho que apenas me quedaban unas horas de nostalgia. Llegaste con la sonrisa mojada, las manos ocupadas y el corazón acelerado como si hubieras corrido tras una estrella fugaz. Y yo estaba allí para cuando llegaste; como hago siempre que decides llegar… igual que hago todas las veces que decides no hacerlo; también cuando no vuelves.

                   Me pregunto de qué  están hechas las horas de mis días sin ti. Me lo pregunto cuando te tengo y se me olvida pensar en ello cuando eres ausencia. Si no estas prefiero no pensarte, prefiero intuirte con el tacto, sobre la madera de la mesa donde escribes, con la mirada recorriendo el disparate de tus apuntes, que saben a historia por venir. Me gusta  encontrarte en el perfume que se queda cuando te vas.

                Cuando no estoy; cuando no estas, sucede que apenas las horas ocupan el espacio donde se suelen encontrar nuestros sueños. Cuando estamos, la vida nos abraza y apenas importa el tiempo sea uno u otro… sea la lluvia o sean las horas. Sean las horas de lluvia.    

              Olvidé que la lluvia casi siempre te trae, las tardes tristes de verano. Olvidé hasta hacerme daño, hasta mojarme la piel con el susurro de tu ausencia… olvidé con tontería de niño mimado, con rabia de revolucionario apagado.

                La lluvia, la lluvia es una canción, una colección de notas para componer melodías sobre calles mojadas. Un largo suspiro del invierno que apenas sabe respirar de otra manera…

                Sé que eres lluvia o parte de la lluvia, cuando la lluvia quiere ser parte de mi. Amo los hilos que rayan la tarde y que se estrellan sobre la hierba que huele a vida y las rimas que se posan sobre los papeles blancos,  que hablan de tus razones y que luego son extremos de la naturaleza de la que no puedes huir.

                Escuché hervir el agua en la cocina y nacer el olor a café. Para cuando llegaste,  la tarde se había hecho de horas de espera, arrancadas a un día sin ganas de reloj… con muchas ganas de ti y de la lluvia al otro lado de la calle donde viven el ahora y el después.  Apenas hubo un antes sin lluvia y sin ti.

                José A. Fernández Díaz

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21 enero 2018 7 21 /01 /enero /2018 23:50
Huir no cuesta nada

Huir no cuesta nada

Él pensaba que la vida llevaba tiempo sin sorprenderlo, mientras observaba al camarero, que colocaba dos churros en un plato, con un gesto mas parecido a la desolación que al cansancio…

                Justo cuando abandonaba aquella escena simple y generosamente habitual, se encontró con la primera página de un periódico,  de los que aguardan ser leídos  en un mueble de la pared. Una cantidad, una suma irrepetible de dinero sobre la cabeza de un jugador de fútbol,    y poco mas abajo un  “considera que es insuficiente”… Y puede que fuera insuficiente para atender el ego de semejante individuo, pero  sería más que suficiente para solucionar el problema del hambre en muchos países de África. En la calle, bajo la lluvia y el viento, dos obreros,  trabajaban para corregir una rotura en el firme de la calzada…

                Ella apenas había abandonado la pantalla del teléfono. El había pedido por ella cuando se percató de que no prestaba atención al camarero que intentaba hacer su trabajo. Hizo el encargo que acompañó con un “lo siento”, … gracias. Luego volvió a  su soledad … en compañía.

                Resulta que,  de tanto imaginar el futuro, se nos ha pasado por alto la posibilidad de que,  los viajeros del tiempo apenas puedan entender el por qué de las nuevas tecnologías y terminen diluidos,  en el tendencial y contradictorio proceso de evolución tecnológica e involución sensorial.  La vida, tal como estaba sucediendo, le aburría un poco  casi siempre y mucho todas las veces. Fuera llovía y en el interior del café  el murmullo de voces se había atenuado poco a poco hasta convertirse en una sinfonía odiosa de ruiditos y tonos que arrullaban la creciente deshumanización.

                En su  viaje visual y algo triste, evadiendo la soledad, encontró que, en una mesa, una mujer en compañía de un libro, miraba con alegría evidente en el interior. Parecía como si la historia se metiera por sus ojos y le saliera por los demás sentidos … Había algo en su expresión que explicaba todo cuanto sucedía entrelineas o en el paseo por las páginas que adornaban la graciosa cadencia del conjunto. Leía con tanta atención que el resto de los actos eran una versión en cámara lenta de la realidad. Tomó un bollito del plato, sin apartar la vista de su historia y,  con una lentitud pasmosa,   se lo llevó a la boca. Al final sobre su labio superior se quedaron olvidados unos pocos granitos de azúcar. 

                El volvió a su mesa … se miró y miró justo  a su lado,   para  confirmar que seguía solo, en compañía de una mujer que había dejado de estar.  Se levantó y ella no se inmutó en absoluto. Él dudó, pero la soledad en compañía era insoportable. Se llevó la cuenta y, de camino a la caja, dio con la mirada en la chica del bollito,  que había cerrado el libro y que aún llevaba en su labio la huella dulce.

                Él se acercó y ella miró como si lo estuviera esperando desde siempre; sonrió … Él pidió perdón y retiró con infinito cuidado el azúcar de su boca. Ella sonrió otra vez … dijo gracias y él se despidió.

                Antes de salir de la cafetería se llevó a sus labios el azúcar que antes había sido de ella. Desde fuera pudo ver como ella acariciaba el sabor de la ausencia…

José A. Fernández Díaz

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Published by atrapado-en-la-esquina-verde
18 enero 2018 4 18 /01 /enero /2018 23:56
Palomas falsas para una falsa paz

Palomas falsas para una falsa paz

            La primera vez, después del último día, descubrieron que aquello era la guerra y que la guerra tiene algo venenoso en sus pocas letras y, sobretodo, la seña de la injusticia en el ruido que hace.

                Hacer la guerra es deshacer la vida; romper la razón en pedazos ínfimos e irrecuperables. La guerra hace del hombre una bestia al servicio de su mas rotunda irracionalidad. Es la caída en el vacio de la evolución.

             En l escenario no solo tienen un lugar los que luchan de un lado o del otro, los que se enfrentan con sinrazones que matan; en el escenario aparecen las  víctimas colaterales que casi nunca entienden algo o casi siempre no entienden nada.

                La ciudad o lo que no es ciudad, se desdibuja en un amasijo de lo que las cosas fueron. La vida deja de funcionar y las esperanzas se mueren esperándose a sí mismas. Nada tiene dirección ni sentido.

            El primer día, después del final de la razón, las calles tienen dirección a ninguna parte. Engullen los horizontes hasta consumir los límites del universo mas próximo. Querer escapar es la última idea de cada día, y la primera tras las noches sin dormir… Todas las noches sin dormir se parecen a la vida sin nada  que esperar, al infierno imposible.

          La vida en guerra es una contradicción en sí misma. Un país en guerra está hecho de cadáveres que esperan, de almas sin barco… con el presente roto e incapaces de pensar en el futuro; tal vez con la única esperanza del pasado, que apenas sirve para nada.

                De esas guerras sin batallas, inmensas en toda su miseria, nacen los miedos que nunca se van. De ese tiempo sin límites florece el silencio para siempre.  Del ruido de los gestos que matan muere la vida que aún no se había ido…

                José A. Fernández Díaz.

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17 enero 2018 3 17 /01 /enero /2018 00:03
María y José

La soledad no es cosa de quienes no tienen compañía. La soledad es un amasijo de piezas que, aparentemente,  no sirven para construir cosas útiles. Pero para cierto tipo de espíritus la soledad es un espacio necesario e imprescindible…

                Cuando  se encontraron,  el invierno era  una pincelada intensa y voraz sobre el lienzo de los días y puede que los colores tuvieran escaso protagonismo, donde la luz apenas se insinuaba como una  súbita revolución entre grises  y negros ilusos; pero lo cierto es que en ocasiones hace falta, es preciso, el contacto con la íntima complicidad de los espacios próximos.

                José había cerrado los ojos para escucharse respirar, para intentar entenderse en medio de su propio caos. Pensaba que importa poco el tiempo que media entre suspiros cuando no existe un tictac que acompase necesidades… al final lo que de verdad importa es que a la vuelta de los días,  uno termine por concluir que las palabras tienen el valor de las sensaciones o viceversa…

                Escuchó el río, que discurría sin  llevarse para siempre, el reflejo de los árboles que pretendían posarse sobre la piel-espejo de las aguas; escuchó el viento dibujar sonidos entre los hilos que sostenían el cielo atado al suelo y una respiración suave y pacífica que no era la que le  daba la vida…

                María había buscado la soledad en el rincón donde conoció los colores imaginados y los sonidos imprescindibles… María quería respirar en paz el calor de la naturaleza que descansa y acompañar, entre razones y sinrazones, la melodía de su canción favorita y que no sabía de notas ni otras parafernalias. María quería estar con María y refrescar aromas y ruidos como si fueran ráfagas de nostalgia… que lo eran.

                Para cuando José abrió los ojos, María soñaba en silencio. Para cuando María miró a José, apenas unas pocas sensaciones se descolocaron. Y la soledad se quedó a hacerles compañía… grata compañía la de la soledad amiga.

                José miró a María. María era frágil, sutil, efímera… casi un sueño sobre la realidad. Apenas supo creerla; pero era tan real como las aguas mansas. Había algo en aquella mirada, que parecía preguntar tras los cristales. Había  esperanza y otras pocas utopías.

                María se sintió observada y fue valiente, tal vez porque encontró en él una pieza rota parecida a ella misma. El, José, era un habitante raro de la realidad a destiempo, un soñador de historias sin compromiso… Fue valiente y dejó caer las primeras palabras. María se encontró con su voz surcando el rumor de las aguas e intentando llegar a José. Él las tomó agradecido, las cogió por los tallos y se las plantó entre un par de ideas que no sabía detener…

                Puede que hubiera cierta condición de tal para cual,  si no fuera porque no se buscaban y se querían libres y dueños del tiempo propio.

                Cuando,  por fin, José hizo de sus pensamientos un atado de palabras con intenciones; cierto rayo de sol ajeno, reverberaba entre aguas. María supo que decir y lo dijo. A él  las palabras de vuelta terminaron por sonarle a gotas de lluvia, mágicas e imborrables…

                De tantas palabras y gestos, de las que fueron testigos los límites del río; casi todas, casi todos,  fueron un poco el color de la soledad compartida y otro poco las piezas que faltaban para desarmar la idea de que la esperanza no mira como lo hacen las personas.

                Cuando, aquella tarde-noche, José cerró el servicio de mensajería desde el que acababa de despedirse de María, se quedó con la sensación de haber  conocido un poco mejor  la maravillosa soledad que llevaba dentro.

                José  A. Fernández Díaz      

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12 enero 2018 5 12 /01 /enero /2018 20:05
Me gustas,  entre otras cosas.

                 Me gusta comenzar cosas y dejarme tirado, esperando a que me reprochen el final.

                 Me gusta bailar para adentro, como cuando respiro.

                Me gusta ahorrar tiempos muertos y dilapidar ausencias.

                Me gusta sentarme a oler el rumor de los libros.

                Me gusta morder las manzanas con los ojos cerrados.

                Me gusta hacer el amor los días de sombra.

                Me gusta comprar colas de sueños cuando están de saldo.

                Me gusta explorar miradas equivocadas de estación.

                Me gusta elegir en que luna puedo aterrizar mis locuras.

                Me gusta soñar con sirenas que hablan con el ritmo de las olas.

                Me gusta ser el protagonista temporal de las películas que veo en soledad.

                Me gusta el vino de Oporto cuando no estoy allí.

                Me gusta la paz cuando el templo es el mundo.

                Me gusta pensar porque pensar sabe  a esperanza.

                Me gusta cerrar libros con alguna lágrima  dentro.

                Me gusta la ropa interior de los melocotones.

                Me gusta el viento que echa en falta las cometas.

                Me gusta pensar a contracorriente.

                Me gusta cuando callas porque sabes a beso largo.

                Me gusta el reggae sin ton y con son.

                Me gusta el cielo vacio y monótono sobre las ciudades de papel.

                Me gustan los puentes entre países con idiomas distintos.

                Me gusta la televisión apagada y tu mirada encendida.

                Me gusta escuchar mentiras arriesgadas.

                Me gusta dormirme mirando morir la  tarde.

                Me gustas tu, sola-mente  tu.

     José A. Fernández Díaz  

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Presentación

  • : El blog de atrapado-en-la-esquina-verde
  • : Allí donde los verdes son variados e intensos, los mares furiosos algunas veces y otras tan pacíficos que son como el cielo azul, allí donde la tierra tiene antojos, perversamente montañosa algunas veces, suave y generosa otras, escarpada y escabrosa cuando quiere, fértil siempre; donde el sol se esconde enamorando la mirada o encogiendo el corazón. Aquí estoy gustosamente atrapado y describo el reflejo de mis profundas intenciones... Desde Galicia, mi esquina verde.
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  • Invasor atrapado en el territorio sin límite de los sueños y lo políticamente incorecto... Eterno indignado y perverso militante de causas pervertidas.
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