Amanecía y allí nos encontramos. Llevaba conmigo algunas copas de más y una frase que repetía y repetía, con la intención de colocarla entre un par de versos que me había dejado en casa.
Perturbado por los despertares ajenos, no hago otra cosa, cuando quiero no dormir conmigo mismo, que esperar la aurora rumiando ires y venires a lo largo de calles deshabitadas y, sin embargo, pobladas por la memoria pequeñita.
Me gusta ver llegar la luz del día nuevo poco más o menos igual que se hubiera ido pero, aun siendo el mismo, derrotado por las horas de ausencia entre los límites de la vida ordenada y el viaje siempre corto y eventualmente intenso a través de las horas rotas.
Aquella noche encontré que la vida tiene la cualidad de pensarnos como juguetes esparcidos por su breve jardín y en ese jardín todo está a la merced de los antojos del tiempo….
Sentada en un portal, una mujer madura ciertamente, rubia y amablemente peinada me recordó a Marilyn, o mejor y con mas corrección, una de las más conocidas fotos de la Monroe. Había, me percaté, un zapato algo alejado del pie y con la aguja encajada en un agujero del alcantarillado… y un libro del que sobresalía un papel sometido a la furiosa escritura de un escritor torturado, o eso quise pensar.
Me acerqué y arranque o arrebate, casi, el zapato a aquella trampa urbana en la que había caído. Recogí el libro, mientras ella miraba al fondo de la calle ignorándome con detestable evidencia.
Ofrecí, en silencio, el zapato a aquella mujer y luego el libro. Una cosa tras la otra. Cogió el zapato mirando a la mano que sostenía el libro; pero no lo aceptó una vez lo ofrecí. Sin palabras hizo ademán de no estar interesada. Me fui… me fui al otro lado de la calle y me senté en el portal que había justo enfrente. Ella miraba con curiosidad pero sin grandes gestos.
Había poca luz en aquella calle y el amanecer tardaba en llegar… había muy poca luz en aquella calle, pero, curiosamente conocía bien aquel libro y había aprendido algunas frases de memoria… Mirando al suelo, con el libro cerrado, comencé a hablar de aquella historia, a contar con trazos casi propios el tortuoso camino del amante con el que me identificaba y que al final terminaba muriendo por decisión propia, aunque con la excusa del amor insoportable por no tener correspondencia…
-¿Y tu que sabes de la vida?- dijo, desde su portal, con tanta autoridad que me sentí amenazado de rubor y hasta ridiculizado-.
-¿Y tu?, ¿Puedes contarme de que va la vida y para que tiene tantas noches?.
-Mírame. De esto está hecha la vida; de largas noches inciertas, despertares en soledad, hambre de sensaciones compartidas, pelos, labios, uñas y hasta tetas falsas… alcohol como remedio a la incapacidad para dejar de pensar y café para despertar en medio de días grises y sin sentido, hambre justa para sobrevivir y cansancio… Libros hechos para alimentar hogueras y un puñado de ideas prostituidas, de las que, por cierto, presumen tantos ignorantes que apenas se sostienen sobre sus cimientos… Y yo que se para que tiene tantas noches… ¿lo sabes tu?...
-Para amar no, eso lo sé. Es posible que no tengan sentido si la vida bajo el sol tampoco lo tiene. Mañana, que ya es hoy, saldremos a la luz cuando el día nos lleve ventaja… Y luego, pocas horas después, otra vez la noche.
-Eres muy raro. No sé qué haces hablando con el resto de un sueño; porque yo no soy otra cosa… Un sueño o una pesadilla, eso ya es cosa tuya. Ese libro y lo que asoma, lo trías tú en la mano poco antes de caer al suelo… Me temo que se te escapa la vida calle abajo. Mírate morir a lo largo de ese hilo rojo que juega entre los adoquines. Soy Marilyn y tu también eres historia…
José A. Fernández Díaz.