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11 enero 2016 1 11 /01 /enero /2016 00:23
Amanecía o algo parecido

               Amanecía y allí nos encontramos. Llevaba conmigo algunas copas de más y una frase que repetía y repetía,  con la intención de colocarla entre un par  de versos que me había dejado en casa.

                Perturbado por los despertares ajenos,  no hago otra cosa, cuando quiero no dormir conmigo mismo, que esperar la aurora rumiando ires y venires  a lo largo de calles deshabitadas  y, sin embargo, pobladas por la memoria pequeñita.

                Me gusta ver llegar la luz del día nuevo poco más o menos igual que se hubiera ido pero, aun siendo el mismo, derrotado por las horas de ausencia entre los límites de la vida ordenada  y el viaje siempre corto y eventualmente intenso a través de las horas rotas.

                Aquella noche encontré que la vida tiene la cualidad de pensarnos como juguetes esparcidos por su breve jardín y en ese jardín todo está a la merced de los antojos del tiempo….  

                Sentada en un portal, una mujer madura ciertamente, rubia y amablemente peinada me recordó a Marilyn, o mejor y con mas corrección, una de las más conocidas fotos de la Monroe. Había, me percaté, un zapato algo alejado del pie y con la aguja encajada en un agujero del alcantarillado… y un libro del que sobresalía un papel sometido a la furiosa escritura de un escritor torturado, o eso quise pensar.

                Me acerqué y arranque o arrebate, casi, el zapato a aquella trampa urbana en la que había caído. Recogí el libro, mientras ella miraba al fondo de la calle ignorándome con detestable evidencia.

                Ofrecí, en silencio,  el zapato a aquella mujer y luego el libro. Una cosa tras la otra. Cogió el zapato mirando a la mano que sostenía el libro; pero no lo aceptó una vez lo ofrecí. Sin palabras hizo ademán de no estar interesada. Me fui… me fui al otro lado de la calle y me senté  en el portal que había justo enfrente. Ella miraba con curiosidad pero sin grandes gestos.

                Había poca luz en aquella calle y el amanecer tardaba en llegar… había muy poca luz en aquella calle, pero, curiosamente conocía bien aquel libro y había aprendido algunas frases de memoria… Mirando al suelo, con el libro cerrado,  comencé a hablar  de aquella historia, a contar con trazos casi propios el tortuoso camino del amante con el que me identificaba y que al final terminaba muriendo por decisión propia, aunque con la excusa del amor insoportable por no tener correspondencia…

                -¿Y tu que sabes de la vida?- dijo, desde su portal, con tanta autoridad que me sentí amenazado de rubor y hasta ridiculizado-.

                -¿Y tu?, ¿Puedes contarme de que va la vida y para que tiene tantas noches?.

                -Mírame. De esto está hecha la vida; de largas noches inciertas, despertares en soledad, hambre de sensaciones compartidas, pelos, labios, uñas y hasta tetas falsas… alcohol  como remedio a la incapacidad para dejar de pensar y café para despertar  en medio de días grises y sin sentido, hambre justa  para sobrevivir y cansancio… Libros hechos para alimentar hogueras y un puñado de ideas prostituidas, de las que, por cierto, presumen tantos ignorantes que apenas se sostienen sobre sus cimientos… Y yo que se para que tiene tantas noches… ¿lo sabes tu?...

                -Para amar no, eso lo sé. Es posible que no tengan sentido si la vida bajo el sol tampoco lo tiene. Mañana, que ya es hoy, saldremos a la luz cuando el día nos lleve ventaja… Y luego, pocas horas después,  otra vez la noche.

                -Eres muy raro. No sé qué haces hablando con el resto de un sueño; porque yo no soy otra cosa… Un sueño o una pesadilla, eso ya es cosa tuya. Ese libro y lo que asoma,  lo trías tú en la mano poco antes de caer al suelo… Me temo que se te escapa la vida calle abajo. Mírate morir a lo largo de ese hilo rojo que juega entre los adoquines.  Soy Marilyn y tu también eres historia…

                José A. Fernández Díaz.               

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8 diciembre 2015 2 08 /12 /diciembre /2015 09:36
Había una vez

                Había una vez un hombre al que todo resultaba molesto e imperfecto, todo menos el mismo y  su mundo de titiritero clandestino, de agrio manipulador y artesano de cosas rotas.

                Había una vez un hombre incapaz de seguirse a si mismo, de ser fiel a su verbo, de querer por querer  y de amar por amar.

                Aquel hombre caminó hasta la playa. El cielo de la tarde anunciaba y prometía tormenta de esas de romper sueños en porciones de pesadillas. Al llegar a la arena miró a los lados…no había ningún ser humano, si algunas gaviotas. Se acercó a las olas y les gritó con rabia, con tanta rabia que se sintió orgulloso de si mismo, luego  hablo:

                “Amor, amistad…amor. Tanto hablar y escribir de cosas que no existen, paraqué?. Mundo estúpido hecho al revés. Ese dios con tantos nombres no tiene la menor idea…aunque importa poco cuando no crees en el. Pobres fieles que sujetan sus esperanzas a tamaña mentira… Estoy harto de no ser escuchado, de no ser seguido… yo soy ese dios, pero los estúpidos no se  atreven a creer en mi”…

                Ya en silencio, sacó de su mochila un cuchillo demasiado grande para casi todo; lo tomó con las dos manos, se arrodilló y, alargando el cuerpo, lo clavó en la arena, tirando luego hacia el. Hizo un largo corte sobre la arena hasta descubrir las entrañas de la nada. Poco a poco se hizo un surco lo suficientemente grande para meter casi toda la ignorancia… y lo hizo, metió la cabeza, hasta que dejó de oir el sonido del mar…

                Acomodada su cabeza en el interior del surco, se percató de que sus palabras eran solo para el. Entonces el resto del mundo fue feliz…

                José A. Fernández Díaz

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2 diciembre 2015 3 02 /12 /diciembre /2015 01:14
Alicia y el hueco inaccesible. (parte 2)

                Alicia puso imágenes a la música  de Bach y lo hizo una tarde que llovía a rabiar. No sé como fuimos a parar a una vieja casa en medio de un mar de verdes y el sonido puro de la vida alrededor.

                Nos leímos a Baudelaire. Hicimos de sus flores del mal, el relato mas aproximado a nuestros días vividos juntos. El libro estaba allí, en aquella casa y ella lo conocía bien, igual que la música que había en la sala. 

                Me gustaba verla pasearse desnuda con un vaso de vino en la mano. Recuerdo que escribí, con un rotulador indeleble, una sutil frase sobre su piel. Lo hice alrededor de su sexo pero el tiempo la borró de mi memoria.

                Con su frase tatuada se paseaba por la sala con ganas de volar… algunas veces improvisaba  pasos y giros que me llevaron a preguntar  si en su pasado tenía gravado el paso por alguna escuela de danza clásica… No hubo respuesta. A mis semejantes preguntas nunca hubo respuesta. Para compensar, aquella vez, se acercó y posó en mis labios un beso con sabor a chocolate.

                Aquello era una locura, un sueño que no paraba, una sorpresa permanente. Aquella mujer hacía de la vida un inexplicable acto de egoísmo y aislamiento. El tiempo que pasábamos juntos era tan solo para nosotros. Nunca hubo nadie mas  y sin embargo , con ella era suficiente para que la vida estuviera colmada.

                Pasábamos días enteros juntos. Leíamos, hablábamos, hablábamos y leíamos  y rendíamos culto  a Baco y Eros sin proporción ni mesura.

                Para cuando volvía a casa se me antojaba siempre haber tocado el fin de un sueño y pensaba con obsesión en volver a dormir en su mundo y quedarme en su piel.

                De ella, de Alicia, sabía que tenía un par de lunares, la piel suave y las curvas vertiginosas. Un sexo habido y agradecido, cultura para compartir, gusto por lo simple, complicada en las perspectivas… Sabía todo eso, que no era poco, pero nada mas. Alicia no tenía historia, origen o futuro apreciable. Alicia era presente en mayúsculas  y yo habitaba allí, a su lado, cuando ella quería que sucediera.

                No había nada al otro lado del espejo de esta Alicia. Nada que ella me dejara ver. Era la reducción de la complejidad a la imagen que nos devolvía el espejo. Era un laberinto que iba de ella a ella sin pasar por ninguna parte, circunstancias, parentesco, anécdota, nombres próximos … No hablaba de amor … lo hacía simplemente. Hablaba de piel invadida, colonizada, conquistada, disfrutada. De sexos atrapados en su propia aventura.  Hablaba de Baudelair, mientras me acercaba una copa de vino con la marca de sus labios.

                Solo pensaba en su piel y en decir “te quiero”. Pero decir te quiero estaba prohibido. Alicia no quería ser amada con palabras y rematada con nada parecido. Alicia quería ser querida con la piel, sin poner nombres, con las ideas, con la razón. Y yo sentía crecer las palabras prohibidas en mi interior. Sentía que no las podía contener . Yo la amaba con la piel y con las otras palabras pero ahora necesitaba decirlo, escribirlo, gritarlo.

                No podía decir la verdad. La verdad era una herida abierta y la cura no estaba en el silencio porque me moría poco a poco…

                El vacio llegó una tarde de domingo, hermosa con locura, cuando el curso en la universidad llegaba a su fin. Ella, Alicia, despertaba de su siempre breve siesta y lo hacía con tanta música y tanta poesía que en mi larga desesperación, no pude menos que dejar atraerme por su piel y recorrerla de sur a norte, llevándome sabores y sensaciones  en la boca y en la mirada. Rozamos juntos la locura  y aquella vez, aquella tarde, no pude parar, no supe contener mis ganas, aquel deseo mío de decir y lo dije bajito al oído…

                No hubo respuesta, si  un sutil estremecimiento pero nada mas. No en aquel momento, no en aquel instante. Aquella noche al despedirnos,  terminé pensando que el beso había sido demasiado largo y me extraño el “adiós” que se deslizó entre las manos que me costó soltar.

                Fue la última vez que vi a Alicia. Rompió a llover, aquella tarde, tras el largo beso y el adiós definitivo. Rompió a llover con estruendo y  monotonía. No llovía para estar con Alicia. Llovía para estar sin ella, sin poesía, sin música… llovía como si el mundo estuviera sembrando su final.

                Tardé en comprender que,  a pesar de todo, haber sido tan estúpido como para rozar su inaccesibilidad, fue un acto de valor. Tarde o temprano, ella lo sabía, aquello iba a suceder. Alicia estaba hecha para historias pasajeras  y por eso inolvidables…

                José A. Fernández Díaz    

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29 noviembre 2015 7 29 /11 /noviembre /2015 23:36
Imágen encontradas en internet

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                Justo al despertar ellos dos…

                Justo al despertar ellas dos…

                Encontraron que ya eran libres, libres de amarse como si fueran ella y el o el y ella, como si esa condición de anacronismo hiriente  y desproporcionado hubiera viajado al baúl de las cosas rotas… como si la vida no impusiera condiciones, en nombre de todos los dioses inventados por hombres y mujeres vacios…

                A pesar de esa esperanza primera, encontraron, mas tarde pero demasiado pronto para sorprenderse, que todo era mentira y que la realidad en la que habían despertado pronto apestó a viejo desván … otra vez.

                José A. Fernández  Díaz  

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27 noviembre 2015 5 27 /11 /noviembre /2015 00:13
Imagen encontrada en internet

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                Me miró con una sinceridad lapidaria y dijo: 

                “Sírvete tu mismo. Ahí está el veneno… y que aproveche.”

………………………………………………….

                 La miré con aire de superioridad y le dije:

                “No te esfuerces, no pierdas el tiempo; mi corazón ya estaba roto para cuando tu llegaste”.

…………………………………………………..

                Nos miramos con sensaciones contrapuestas  y yo  dije:

                “Si tu eres yo y yo soy tu, ¿qué hacemos con las tarjetas del  descuento del supermercado?.”

…………………………………………………..

                Se miraron con amor recién nacido y ella dijo:

                “Tus ojos no son de este planeta… no  lo son porque siento que me han traspasado.”

…………………………………………………..

                Me miró con un cansancio casi eterno en la mirada y dijo:

                “Hoy tenemos el café soluble a mitad de precio. Aproveche aunque yo no lo haría…”

…………………………………………………….

                Nos miramos, como si de nosotros dependiera salvar la tierra,   y ella dijo:

                “No sé lo que  hago aquí. Supongo que tengo una misión pero no resulta  fácil en este lugar a rebosar  de locos…”

……………………………………………………..

                La miró desde arriba y hasta abajo dos veces y luego dijo:

                “Tienes una mirada huidiza, terriblemente inquieta. Por suerte tus labios  son encontradizos  y tranquilos, hechos a la medida de mis sueños.”

……………………………………………………….

                La miro mientras, poco a poco,  se iba descubriendo tras la puerta  de su casa y dijo:

                “Buenos días,  ¿tiene usted en mente la muerte?... nosotros somos una empresa con soluciones para ese momento simplemente irremediable.”

……………………………………………………………

                Ella lo miró a los ojos , con el reflejo de la mañana nueva en los suyos, y dijo:

                “Te quiero…”

……………………………………………………………..

               José A. Fernández  Díaz.  

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26 noviembre 2015 4 26 /11 /noviembre /2015 01:17
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          Me gustaba su manera  de despertar, como si tan solo hubiera cerrado los ojos para contar hasta diez. Y sonreía … era lo primero que hacía después de contar hasta diez. Despertaba y apenas tenía importancia que hubiera solo lluvia torrencial. Ella y su primer sonrisa del día se iban de paseo entre las  sábanas para rescatar mi locura de entre los sueños soñados  y quedársela hasta que la vida real, en las manos del reloj, se tomara la insoportable libertad de decir: “es hora de dejar de ser tu…”

          Me gustaba ser yo mismo y a ella también. Un día le dijo adiós al yo que se iba a trabajar y a la vuelta descubrí que ella se había ido de paseo a otros sueños. Mis sueños se fueron muriendo poco a poco,  hasta que un día desperté en el centro mismo de mi falso yo. Me miré y decidí abandonarme para siempre.

          José A. Fernández  Díaz.  

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20 noviembre 2015 5 20 /11 /noviembre /2015 00:04
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                Equivocar las herramientas justo en los dos últimos minutos antes de abandonar la vida es necesariamente un error irreversible pero sin importancia…

                Puso sobre la mesa un bolígrafo, un folio en blanco y una pistola … cerró los ojos  y pensó si realmente tenía sentido dejar esas últimas palabras de rigor. Concluyó rápida y definitivamente que la última palabra no era de su propiedad y optó por vaciarse la vida sobre el folio sin literatura aunque con una triste historia de fondo…

                José A. Fernández  Díaz.

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19 noviembre 2015 4 19 /11 /noviembre /2015 01:20
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          Inconforme con mis desventuras, me aventuro a reiniciar sistemas rotos, intentando, quizá, tal vez, puede, un big bang  huérfano de ortografía. 

          La culpa la tienen tus pupilas; esas a las que enseñas; esas a las que muestras el camino de regreso a mi insensatez con tez envejecida  por el tiempo perdido esperando que corrijas tu falta de puntualidad.

          Desequilibrado en el centro de mi laberinto, he jugado a perder una vez mas,  mas de  una vez, porque todas las veces son pocas veces si se que voy desde una de tus esquinas hasta la otra sin pisar esa piel que me deja ciego de pasión.

          Hubo un tiempo en que decidí dejar de entenderme para saberte mejor. Me empeñé en desaprenderme para reconocerte entre las pocas cosas buenas que me pueblan o colonizan.

          Puestos a imaginar … me gusta pensarte desnuda bajo la luz de la una y de las dos …. Y de las diez, si llego a soportarme como ausencia sobre tu piel. Me pone imaginar que imagino que eres mi sueño desecho en realidades.

          Si te cuento como era antes de robarte el tiempo,  es posible que desees imaginar que el tiempo perdido a mis lados no es pasado ni presente… tampoco futuro y mucho menos medida de nada. He sido, reconócelo, un maldito paréntesis que no te tienes merecido.

          De pequeño, cuando era ligeramente maduro, algo mas de lo que me han hecho los años, me entretenía  criticando estrellas de las del cielo e inventando historias para comprometerlas poniendo en evidencia la mucha oscuridad que las rodea.

          Para cuando nos aparecimos, en tiempo y forma,   en aquel espacio común, acordamos no acordar nada y recordamos no olvidar todo por si acaso. Por si acaso anotamos sobre la arena la suma de los días llovidos desde que nos olvidamos de la soledad.

          Me gustaron tus labios un poco mas que tus labios;  labios todos, dulces y salados, pintados y sin pintar, unos en el norte y otros en el sur, unos para la palabra y otros mudos pero cargados de razones.  

          Si alguien tiene la culpa de mis naufragios  ese alguien lleva el mismo nombre de quien se pierde con frecuencia en islas inventadas.  Aprendí, yo solo, a hacer turismo de proximidad… sin salir de mis limites consigo perderme con tanta frecuencia que mas de una vez no recuerdo bien si he estado hablando conmigo mismo o con mi otro yo.

          Si tu sabes donde estoy ahora es porque te he robado el sueño y los sueños para ofrecerte a cambio los míos, claveteados y llenos de parches, gastados de tanto usarlos como camino de regreso a aquellos otros tiempos perdidos.

          De tanto pedirte perdón he aprendido a defenderme de mis errores advirtiendo que estos, mis errores, se saben la lección e insisten porque saben que nunca van a llegar a nada…

          Si me caigo del trapecio quiero que sepas que mi verdadera vocación fue siempre la de payaso y si bien he pasado por la cuerda floja, los malabares y la mala magia no me ha quedado mas alternativa que balancearme de lado a lado del abismo.

          Un beso.

José A. Fernández Díaz.

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18 noviembre 2015 3 18 /11 /noviembre /2015 00:36
Ella, el y aquellos otros dos

                Cuando despertaron aún tenían tiempo para volver a soñar.

                Dejaron de quererse primero entre ella y el y luego a si mismos. Comenzaron a amar la imagen que aquellos otros habían convertido en deseo y allí se fueron,  guiados  por el mapa sin sentido de la realidad consentida.

                En algún lugar de la mas íntima de sus inquietudes los mecanismos chirriaban, pero el ruido  exterior era tal que apenas eran capaces de escucharse. Y no se escuchaban porque el inexplicable  placer de la sumisión lo consumía todo.

                El, que había perdido la capacidad para mirarla  y verla al mismo tiempo, contentaba su pérdida de sentido con el placer de oir a los otros hablar de lo terriblemente buena que estaba su mujer. Ella igualmente deslumbrada por la mas absurda de las contemporaneidades, miraba a su marido con los ojos de los otros porque los suyos, sin tiempo mas que para ella o la superficie de ella misma, estaban realmente ciegos.

                Miraban y adoraban aquello a  lo que iban matando al  tiempo que enceguecían ante el espejo de la realidad.

                Llegó un día en que,   sin querer,  se encontraron ella y el, frente a frente con el pasado que pretendían olvidar, alojado en una colección de fotos y cajas de madera, donde ella había ido guardando uno a uno,  los restos de una vida colmada por la magia de muchos momentos.

                Recordaron en silencio, cada uno para si mismo, el significado de todo aquello. Ella se percató de que el gimnasio, la dieta rotunda, los compromisos sociales, los modelitos… no dejaban tiempo ni espacio para vivir y que él,  estando, ya no estaba.

                El, antes imaginativo y maravillosamente loco, ahora era un juguete de las modas, aburrido y vacio. Ella, antes una soñadora feliz, se había roto desde dentro,  para ausentarse  indefinidamente.

                Se echaron en falta cuando, en las páginas del álbum, dieron  con el pasado inmediato y aquella vida, vivida minuto a minuto, colmada de defectos y besos entre horas…  Habían hecho  de sus largas conversaciones  sobre el presente y el futuro, tirados en el sofá, una absurda relación sujeta a los  límites de un mensaje de texto y estúpidos dibujos, donde los besos  eran cosa de monigotes universalizados.

                Tenían ahora una vida para gustar a los demás  y una ausencia permanente  donde ir muriendo de nostalgia y desamor.

                José A. Fernández Díaz 

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17 noviembre 2015 2 17 /11 /noviembre /2015 01:05
Imagen encontrada en internet

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        “¿De qué depende esa extraña manera de no ser cuando todos esperan que seas y de ser manera cuando deberías ser forma?. Yo no se si sabré sobrevivir al fortísimo ruido de tus disparatadas intenciones y no lo se porque apenas soy capaz de entenderme como parte del problema en el que nos he metido.    

          Mis ideas tienen cierto espíritu libre que las empuja a no ser mías en cuanto ocupan parte del ruido que habita en mi cabeza. No tengo nada mío y ya he comenzado a ir perdiendo la idea de que las locuras que habitan en mi cerebro tienen algún título de propiedad. Es muy posible que me guste pensar que no son mías. No siendo mías, son algo así como okupas insanas que me invaden hasta conquistar lo que soy y lo que no soy y terminan por eximirme de una y mil culpas o, mejor,  kulpas de okupa.

          Depende de qué?... de qué depende?... depende de un hilo, depende de dos hilos y a lo mas de tres hilos, atados en los bordes de alguna que otra nube. Nu-be, si, de esas que cuando se ponen todas juntas nos dejan sin sol y de muy mal humor. Aunque eso también depende de alguna que otra circunstancia atenuante… atenuante… palabreja que se las trae.

          No me llevo bien con las palabras que no me hacen falta. He aprendido a sobrevivir con lo esencial. Son imprescindibles, eso si, el no y el si. Con las otras palabras ya me voy reprimiendo mas,  porque cuantas mas utilizo mas me defino y prefiero vivir desenfocado. Desenfocado, desdibujado y en el anonimato. Me sobran las palabras como me sobran las personas y si usted me pregunta por qué,  yo me limitaré a pensar que no tengo ninguna razón para juntar palabras innecesarias,  con el objeto de construir una respuesta que no  me interesa ofrecerle… entre otras cosas porque terminará siendo una idea nada mía.  

          Todas esas palabras revueltas y retorcidas en espirales de ideas que van dando forma a historias inventadas para llenar vidas vacías o aburridas, dejaron de importarme cuando entendí que, de alguna manera, me invitaban a definirme… Hui de los libros cuando comenzaron a perseguirme para hacerse con mi personalidad y convertirla en un reflejo de sus personajes. Hui de  las palabras porque me recordaban a las piezas con las que están hechas las historias de los libros.

          De qué depende mi huida?... Depende de si mi yo mas exhibicionista es capaz de guardar silencio y de si el local okupado por las ideas que ya no son mías tiene mas o menos ruido. No me gusta ser la cosa que se mueve a gusto de un sistema conformista y estúpidamente  manipulado/r… Si he de ser cosa me reservo la inercia aparente de las montañas conquistadas por la luz y la oscuridad por el día y por la noche…”

           Pues bien, estimados y queridos alumnos, he aquí mi primera dosis de sinrazones. Supongo que alguno habrá llegado a iniciar alguna reflexión sobre estas, mis mas estrafalarias pesadillas, porque lo son… son pesadillas que he terminado por coleccionar. Otros se habrán alegrado de escuchar que, de alguna manera, nada ha sido en serio…¿nada? , ¿seguro?...

          Descansar, volver a casa y descansar, puede que mañana  sea otro día, o no… Depende…

          José A. Fernández Díaz.

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Presentación

  • : El blog de atrapado-en-la-esquina-verde
  • : Allí donde los verdes son variados e intensos, los mares furiosos algunas veces y otras tan pacíficos que son como el cielo azul, allí donde la tierra tiene antojos, perversamente montañosa algunas veces, suave y generosa otras, escarpada y escabrosa cuando quiere, fértil siempre; donde el sol se esconde enamorando la mirada o encogiendo el corazón. Aquí estoy gustosamente atrapado y describo el reflejo de mis profundas intenciones... Desde Galicia, mi esquina verde.
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  • Invasor atrapado en el territorio sin límite de los sueños y lo políticamente incorecto... Eterno indignado y perverso militante de causas pervertidas.
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