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18 mayo 2017 4 18 /05 /mayo /2017 01:17
La mujer a la que amo

      La mujer a la que amo tiene la misma manera de mirar con la que me puso a soñar una noche de otoño. De aquella noche de otoño a esta tarde de primavera han pasado mas de dieciocho años… y nos miramos igual pero con la seguridad de que conocemos el camino de regreso.

      La mujer a la que amo sabe que no sé muchas cosas pero me quiere, aprendiz de todo, confeso ignorante, me quiere igual; como si las palabras mías que son suyas tuvieran alguna virtud distinta a la sencillez.

      La mujer a la que amo, me enseño a ser padre y a querer mas a la madre que me parió. Desde aquel día en que acordamos dejar de ser dos han pasado casi doce años y desde entonces la vida sabe a aventura.

     La mujer a la que amo no sabe que la sueño con frecuencia. No podría creer que, sin saber, se me mete en el mundo que invento entre párrafos o versos y un día es dueña del amanecer mas hermoso y otro de la menos triste de las muchas entrañables tardes de lluvia, que nunca podre olvidar.

      La mujer a la que amo lee en mi manera de llegar el hasta dónde se han gastado las esperanzas que me llevan, la ilusión que no me abandona a pesar de las cosas que pasan. Me sabe roto cuando me cuestan las palabras o ya no me quedan lágrimas.

      La mujer a la que amo sabe arrancarme la locura en las batallas piel a piel; me hace grande y feliz, como la primera vez y como la primera vez dice “te quiero”, como si no lo hubiera hecho antes.

       La mujer a la que amo, ama las vidas que hemos hecho juntos y me mira a la mirada que se enamoró de ella una noche de otoño, desde los ojos de nuestros hijos para pedirme que tenga cuidado ahí fuera…

      La mujer a la que amo tiene el cuerpo perfecto, la voz perfecta, la manera de pensar perfecta, la mirada perfecta… Sabe que solo tiene un defecto… ella lo sabe y yo también. Sabemos que su único defecto soy yo.

       La mujer a la que amo le gusta llevarme de viaje a la mitad de la felicidad. Allí, en la mitad de la felicidad, me cuenta que la otra parte siempre se la deja en casa para cuando se nos ocurra volver.

     La mujer a la que amo no le gusta la poesía; pero se deja dibujar en las que consigo atrapar para ella de entre los versos que me encuentro por el camino. Puede que no le guste la poesía pero es poesía.

      La mujer a la que amo, ama las puestas de sol sobre la piel del mar. La mujer a la que amo es el mar donde flota pacífica la barca de la vida que nunca pude imaginar. La mujer a la que amo es la vida mía, es mi vida suya.

      José A. Fernández D.

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16 mayo 2017 2 16 /05 /mayo /2017 22:30
Imagen encontrada en internet

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     Tocó volver y volvió...

    Cuarenta años atrás aquella ciudad, aquel país, se quedaron atrapados en un promesa constante; y es que la realidad contada por quien tiene el poder de cambiar las cosas no suena igual que cuando lo hace quien solo sueña con la utopía.

     Si bien la realidad de aquel país no se podía explicar desde el odio entre unos y otros, o desde las noticias manipuladas igualmente por los unos y por los otros; algo de ese elemental rasgo humano había alcanzado la condición de culpable. El odio, el reproche, el insulto… la violencia en toda su extensión, se habían hecho con el día a día de las calles. El mundo de las ideas y de los ideales poco tenía que ver ya con aquella triste realidad. Pervertidos los ideales, tergiversadas o distorsionadas las propuestas políticas, apenas quedaban salidas dignas.

     ¿Cómo explicar que no es la idea , aferrada a la ideología, la que ha provocado el mal?...¿Cómo explicar que han sido los hombres…algunos hombres?.

     Cuando dejó el país en el que había estado buscándose dese los veinte años, con destino a aquel otro en el que se aprendió como soñador de mundos justos, llevaba en la memoria instantáneas de lo que las cosas y los lugares fueron… de cómo era la vida, el día a día, las personas y el color de la esperanza. Tenía miedo de no ser capaz de reconocerse como el que algún día fue parte de aquel paisaje o, a lo peor, de no reconocer el paisaje que dejó atrapado en la memoria.

     Nada está quieto. La realidad social siempre tiene prisa por llegar o por huir… Aquel país era más realidad social que muchas otras cosas y tenía mezcladas las prisas por huir y por llegar. Todo había cambiado la parcela de vida que él conocía… Todo había cambiado el todo que él esperaba encontrar.

     Las ciudades son animales inquietos que pueden enfermar de desilusión y desesperanza. Tienen el ánimo de quienes las habitan. Se mueren si se mueren las ilusiones de quienes pueden decir “buenos días”. Son seres vivos que solo laten cuando la vida hace falta.

     Había vuelto algunas veces; algunas lo había hecho; pero nunca hasta mirarse a los ojos con la realidad contemporánea, con lo tangible. Había vuelto con fotos, vídeos, audios… historias de papel; pero no a pie, con todos los sentidos entregados.

     Llevaba, siempre, entre las piezas de su breve equipaje una novela, entre muchas otras, una, cualquiera, que contaba un momento en la realidad de uno de esos países por debajo del ecuador … “País portátil”, de un estupendo escritor venezolano, Adriano González León. Aquella era una historia que había leído forjando la suya; tal y como había hecho con “Rayuela” de Cortázar, “Azul” de Dario, “La casa Verde” del joven Vargas Llosa o la inolvidable “cien años de soledad”…

     Alguna vez, después de tantos años, había recordado la última de las palabras de “El coronel no tiene quien le escriba”, y se la había llevado a la boca para vaciarse “Mierda”… “Mierda”… “Mierda” … una y otra vez, siempre como la primera. Y es que la vida, si te la tomas al pie de la letra, te da oportunidades para descargar la rabia a través del verbo.

     Para cuando volvió encontró que la ciudad, el país donde comenzó a conocerse, se había ido a otra parte. Los hombres cegados por un impulso atávico, desdibujaron la huella férrea de lo que fueron, borraron el camino de regreso a lo que querían ser y se perdieron para siempre en la mas puta de las disputas por encargarse de ser poder…

     Para cuando decidió estar otra vez, descubrió que nunca había estado allí; que aquella peripecia absurda entre falaces chispazos de memoria y malolientes vaharadas de la nueva realidad no tenía sentido excepcional, distinto tal vez a la indiscutible decisión de suicidar la memoria.

   Caminó por las calles irreconocibles conteniéndose, víctima de una súbita implosión emocional. Intentó respirar el aire de aquellos días, sentir el calor, la luz, el color… Temió haber traspasado para siempre un límite sin camino de regreso, haberlo perdido todo. Aquello no era, no podía ser su viejo país, aquella calle no era su calle …no, hasta que a lo lejos se encontró con las piedras manchadas de miserias verbales, de encendidas frases, la fachada de su facultad, de la universidad donde se dejó seducir por las ideas que aún llevaba puestas…

    Entonces, otra vez, una vez más, vomitó desde el pensamiento vacio de esperanza y el estómago a reventar de miedos aquella última palabra…

     Mierda…mierda… mierda…

     José Angel Fernández Díaz

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9 mayo 2017 2 09 /05 /mayo /2017 01:10
Imagen encontrada en internet

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          Con cierta frecuencia me gusta volver a esos lugares donde nunca he estado…

          Puso a madurar al hombre con el que se había encontrado, algunos años atrás, sobre la sincera superficie del espejo. Tal vez un poco harto de dejarse llevar por las olas decidió aprender a nadar. El manual de instrucciones estaba inserto en su memoria. Había visto muchos casos , escuchado otros y vivido unos cuarenta años… y en ese vivir se incluía: el amor, la amistad, el compromiso ético o social… Decidió nada tarde, pero si con cierto retraso, ser consecuente y coherente. Encontró que casi todo es amor y sus derivados. De sus experimentos con el amor guardaba heridas, incurables pero inútiles para evitar otras nuevas. Un amor y otro amor nacen con la misma fuerza pese al miedo de saber que pueden tener fecha de caducidad. Intentó trasladar el concepto y la idea de amor a su pretensión de madurar… Pero pronto se percató de que el amor, el travieso sentimiento similar a cierta enajenación mental, hace de quienes lo sufren, voraces consumidores de disparates justos y necesarios. El amor cuando es nuevo hace de quien lo tiene un delicioso insensato. Madurar enfermo de amor nuevo es complicado… pero se puede intentar.

          José A. Fernández Díaz

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26 abril 2017 3 26 /04 /abril /2017 00:12
Frase en una pared de Ribadeo.

Frase en una pared de Ribadeo.

     Alfabetizaba dinosaurios y querubines , mientras en los pequeños audífonos que tenía clavados en los agujeros de las orejas sonaba un reguetón a todo trapo…( y si no me crees es mas bien tu problema)

     Y aquello ciertamente no era un problema en si mismo. Aquello que decía Eduardo no era uno más de sus curiosas conversaciones con la máquina expendedora de tabaco.

     Eduardo era un poeta sin musa. Había hecho de su vida un recorrido estrafalario por entre los tiempos y las cosas, los vicios y los deseos , los sentidos y los sentimientos, la locura y la razón dislocada… Eduardo apenas soñaba dormido porque siempre lo hacía despierto. Tenía la palabra a mano siempre. El silencio era síntoma de ahogamiento. Dicen que solo guardaba silencio cuando escribía… cuando lo hacía en los muros de la ciudad.

     Es bien cierto que las paredes de su breve ciudad, no todas desde luego… solo algunas y nadie sabe por qué estaban tomadas por la poesía. De un día para otro aparecían escritas frases que tenían el grato sabor de un espíritu que soñaba con una patria tomada por los sentidos , con calles llenas de razones y esquinas donde uno podría darse de bruces con un sueño despistado.

     Sin musa, sin amor a mano, Eduardo, hablaba de amores perdidos, como si el último de todos fuera el último para siempre. Peto era capaz, sabía como contar donde estaba la belleza aún en las penurias o la vulgaridad… Para los poetas de verdad, incluso los que no saben que lo son, existe una única manera de explicarlo todo y un único medio: la palabra que nace de los sentimientos.

     Eduardo moría de vez en cuando… moría y él mismo se ocupaba de escribir y poner en la puerta de su peculiar domicilio una esquela nunca al uso. Moría porque necesitaba respirarse en el silencio de los ires y venires que no era capaz de explicar ni entender.

   De tanto morir preventivamente, aprendió a desconfiar de estado real de existencia y algunos días, algunas veces, apenas resucitado se iba a dar un paseo y mirar atentamente en los ojos de la gente la imagen de si mismo… así era la vida.

    El no sabía que el día que no hubiera resurrección iba a ser recordado y no de cualquier manera.

     En tiempos de rabia y egoísmo, de inquietud y miedo, la poesía es , parece, prescindible, y los poetas habitantes extraños de un mundo que no existe.

    Pero ese mundo existe y la poesía es imprescindible, si los hombres y las mujeres no tienen miedo a desnudarse y decir la verdad. La república de las palabras tiene el color de los sueños.

     Eduardo era un soñador desquiciado, un loco onírico, un coleccionista de cosas que no ocupan lugar. Llevaba la vida cogida de la mano y se paseaba por las calles bajo la lluvia, feliz de que hubiera otoño o, dormía en el parque y amanecía bajo los árboles muerto de frío y sueños para contar en versos breves, en primavera.

     Murió un día y muchos días mas , hasta que, la última vez , en la puerta de su casa no apareció una esquela. Aquella vez fue un epitafio…

     “La poesía ha sido mi mal menor. Me he muerto herido de ignorancia para siempre.”

     José A. Fernández Díaz.

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24 abril 2017 1 24 /04 /abril /2017 00:43
Disparate de Lucia Herrero - encontrado en internet

Disparate de Lucia Herrero - encontrado en internet

          De entre todas las piezas olvidadas, en el ir y venir de las noches de insomnio, eligió un poema que encontró en la esquina de un suspiro… un suspiro que nunca fue suyo y una esquina que jamás fue capaz de recordar otra vez. Cansado de perderse en ciudades inventadas, donde la poesía tenía tomadas las calles; se compró un mapa cósmico y una brújula con dos nortes. Entonces aprendió a perderse apropósito y con despropósitos. No fue feliz pero siempre tenía cosas que contar cuando conseguía volver a casa.

          José A. Fernández Díaz

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12 abril 2017 3 12 /04 /abril /2017 00:57
Fotografía encontrada en la red ( de Thomas Docring)

Fotografía encontrada en la red ( de Thomas Docring)

Puedo ser vulgar; un vulgar y excitado prestidigitador…

Por ti puedo ser casi cualquier cosa; un mago y un vago; siempre que me llames por mi nombre y al oído…

De tanto pensarte , entre lunas y soles, casi no me quedan días para conocer mundo. Dese que tu estás yo no estoy… para nada y para nadie.

Si te tengo, te tengo tanto que te echo en falta cuando escapas para ir a fumar al balcón, donde te tienen el sol y la luz… secuestrada a mi deseo.

Aprendí a hacer de las palabras, con las palabras, refugios, donde escondo con torpeza de cazador cobarde, versos que casi no saben volar. Tu atrapas por las alas mis deseos recién nacidos y me muero sin mas.

Cuando aprendía a quererte, te quise aprender de la A a la Z; pero me entretuve tanto en tu geografía, que suspendí lectura y de las matemáticas casi no pase del uno mas uno, con el que supe sobrevivir entre exámenes sorpresa.

Libertad, me diste libertad para andarte con la mirada, para recorrerte con el tacto, para probarte con el gusto, para no olvidarte con el olfato, para tararearte con el oído… para descubrirme sin sentidos consentidos por la toda tu que quiero.

Anarquista sin remedio, metódico y reconciliado anarquista, conquisto, sin pensar en el futuro, las colinas y los valles que llevan el nombre de tu tierra: el vientre de … los pechos de… el sexo de … Y me pongo a la venta; aturdido del viaje. Un anarquista de mentira vencido y desarmado por la bandera de tu piel.

Puedo ser lo que tu quieras aunque yo no quiera; porque quiero quererte a casi cualquier precio si bien mi poder adquisitivo tiene los sueños contados.

José A. Fernández Díaz.

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5 abril 2017 3 05 /04 /abril /2017 00:07
Imagen encontrada en internet

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Nacido para matar amaneceres,

disparó contra la luz de la luna,

con la munición húmeda de deseo

de una noche encasquillada.

 

Muerto de fríos importados del norte,

clavó la mirada en el fuego del infierno,

deseó con la cartera abierta en canal

encontrar un vendedor de almas rotas.

 

Nacido de una noche de resaca,

resucitado de borracheras repetidas,

ilustrado en placeres decorativos,

se fue con la siesta a otra parte.

 

Muerto en trozos irrecuperables,

insatisfecho de vivir vidas ajenas,

saltó la valla de sus propias fronteras,

para terminar apresado por fantasmas uniformados.

 

Nacido de notas descolocadas apropósito,

fue siempre más ruido que música,

con tambores de guerra inminente,

fue atrapado en una paz de cartón.

 

Muerto en vidas y desvaríos demenciales,

alertado de invasiones preventivas,

aburrido de ejércitos sin norte ni sur,

dio con el escondrijo de sus miedos,

en el miedo de los otros

 

Nacido entre las calles del olvido,

agotada la vida de no vivirla,

                                                                     se fue,

Muerto de cansancio inverosímil,

con la música a otra parte.

 

                                                     José Angel Fernández Díaz

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4 abril 2017 2 04 /04 /abril /2017 00:31
Imagen encontrada en internet

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         Un giro insospechado en los acontecimientos, derrumbó las aspiraciones de aquel hombre que pretendía ser modelo.

         Una tal alopecia se hizo hueco en su pelo, anidó en la coronilla y desde allí atacó con dirección a la frente.

         Evidentemente calvo vio como poco a poco morían todas sus esperanzas; aquello por lo que tanto había luchado su psicólogo…

         Desquiciado se dio a la comida y abandonó, por vergüenza, el gimnasio. Temía, además, atascar las duchas, con los hilos de oro que iban abandonando su melena y provocar una desgracia.

         Acudió, desesperado, a un dermatólogo. Cuando el dermatólogo preguntó si su padre y sus abuelos paterno y materno habían sido o eran calvos, cerró los ojos y, si bien tardo en contestar, el dermatólogo ya supo la respuesta a juzgar por la expresión de pánico que se había hecho con su cara.

        -Me temo que se trata de una herencia… Me temo que ha heredado de su padre la alopecia.

        -Pero si mi padre aún está vivo, ¿cómo puedo heredar?...

        -No es así.

        -Yo he oído que las herencias pueden no ser aceptadas.

        -Si, en beneficio de inventario… pero nada tiene que ver con el tema que nos ocupa. Este no es tan de letras ni tan de bienes inmuebles y algunos muebles…

        -Y ¿qué puedo hacer?...

       -Nada. Lo que tiene que ser será, -dejó caer el dermatólogo, como una losa fría y definitiva sobre el último fleco de la conversación, poco antes de extender la factura.

       -Doctor, ¿los disgustos pueden acelerar la caída?...

       -Si, claro. Intente llevar una vida tranquila y mime esa hermosa melena mientras dure. Piense en esto como una etapa de la vida; recolecte y guarde los buenos recuerdos… luego aprenda a vivir con lo que le toque ser…

       -Doctor, con su factura me voy a dejar una buena y abundante dosis de material para hilvanar recuerdos.

       Volvió a casa desolado y maldiciendo aquella terrible herencia. Pronto perdió la fe y terminó por caer en un frecuente estado de evasión permanente de la realidad, empleando, alcohol, drogas, extraños y adictivos crecepelos, junto con prácticas perversas, que encontraba en oscuros paseos por los callejones de internet o las emisiones de la televisión a altísimas horas de la noche.

        Huía de los espejos, de su imagen perdida. Huía de la gente hasta acordar consigo mismo confinarse en las entrañas de su piso redecorado por el abandono y la desidia.

        Fue rescatado por sus vecinos, al bode de la inanición, una noche de verano. Extrañaron su injustificada ausencia a una junta de la comunidad de propietarios. Aquel año tenía que ser presidente… Y lo fue.

        Avisado de su nueva condición, rapó su cabeza y se marcó una estrategia nueva de vida. Tenía un objetivo; conquistar las cimas del poder, con o sin pelo. Mejor sin pelo. Resultaba serio y ligeramente agresivo. Acotó con los muros del edificio los límites de su poder y se dedicó a reinar, sin importarle quien había sido para ser lo que le había tocado por obra y gracia del destino.

         El resto de la historia se escribirá cuando llegue su tiempo.

        José A. Fernández Díaz.

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3 abril 2017 1 03 /04 /abril /2017 00:48
Me rindo… amor

        Amar con la voz tibia de los susurros, con la locura de la piel ajena, recorriendo la que conocemos bien y caer; caer en la noche de verbos agitados, de revoluciones contenidas, de precipicios súbitos… amar, amor.

          Puede que me falten palabras para describirte como aventura y es posible que solo con besos y caricias salve el puente entre tu carrera y la mía. Tu vas, yo voy, y vamos juntos de camino al final del principio.

         Despacio, rompo las condiciones del acuerdo de paz entre tu boca y la mía. Tomo la plaza de tus caderas y al amanecer de nuestro primer encuentro, me hago fuerte entre el canal que lleva de camino a los labios salados, muy al sur del paraíso, desde la piel que me gusta morder con besos cargados de locura mortal, que esconde un corazón, que me gusta imaginar mío.

        Me gusta perder batallas siempre que sea para terminar siendo prisionero de tus delirios. No se ganar batallas porque odio estar solo. No sé imaginar victorias porque solo pienso en ti. No sé a que sabe tu retirada porque quiero mirarte a los ojos y morir de placer.

         Sigo de camino a las olas de tu playa con la esperanza de naufragar entre sábanas con perfume a ti. Me despido siempre con un beso de pirata en prácticas. Y vuelvo siempre prisionero de los paraísos que he conocido de viaje por tu piel.

         Me rindo amor. Hoy no tengo símiles para soñarte. Solo estos, que son pocos y pobres. Mañana, al despertar, prometo inventarme una historia donde el protagonista de mis nostalgias sea el calor de tu cuerpo.

        José A. Fernández Díaz

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1 abril 2017 6 01 /04 /abril /2017 01:41
El loco ausente, el poeta y la sirena enamorada

          Con la última luna de agosto, nació un tiempo en que, para el poeta, la ausencia quiso ser la mirada y el sentimiento cautivo de aquel amigo suyo, con el que imaginaba el mundo desde el mundo. Había dejado de estar, aquel amigo, con sus buenas razones, o sus razones sin otra cosa, que para eso estaba loco… loco sin querer remedio.

         El poeta, que no sabía explicar la soledad a tiempo parcial, decidió guardar silencio a partir de las ocho de la tarde y hasta el amanecer. Acordó consigo mismo dedicarse todas las palabras y reflexiones, como si no hubiera nadie mas.

      La ausencia de su amigo se había hecho con las cualidades de una presencia ensordecedora. Quiso olvidar pero solo alcanzó a desdibujarse sobre las tablas del escenario.

         De camino por su aventura interior, volvió sobre los lugares donde aún estaba viva la huella de su amigo. Se tragaba en silencio puñados de reflexiones, versos enteros y poesías rotas. Miraba el reloj cada día y, llegada la hora, cumplía con su compromiso, quizá con la esperanza de que semejante sacrificio hiciera volver al loco ausente…

         De tanto silencio y tanta ausencia se llenaron las noches de la sirena enamorada. Contó el reflejo de muchas lunas sobre la piel del mar, quieto a veces. El poeta ya no iba por aquella playa, por su playa. Era el único lugar donde, sin saber bien por qué, había evitado volver desde aquel último día. No hacía otra cosa que desear que fuera desde allí, de aquella playa, de donde volviera su amigo… Ese gran mar que va y viene.

          De tanto mirar el cielo se encontró con una estrella algo solitaria a la que dedicó tantos silencios como pensamientos y de la que terminó enamorado hasta la locura. Nadie entendía que quisiera vivir de noche y olvidar para siempre el día, que fuera capaz de odiar la nubes y la lluvia. Nadie caía en la cuenta de que las estrellas ocultas bajo las nubes no existen para los poetas…

          Las noches de lluvia soñaba con la luz de su estrella, y se bebía una a una las lágrimas del cielo que parecía llorar por él.

         La sirena consiguió verlo alguna vez a lo lejos, sobre el acantilado y casi podía escuchar aquellos pensamientos que ya no eran para ella. Entendió la ausencia, comprendió el silencio y lo supo enamorado, con la poca razón que casi siempre, por ventura, acompaña al amor. Porque el amor sin locura no es amor verdadero. Recuperar la razón es perder el amor esencial.

        Sirena fue mujer enamorada, mujer rota de celos, mujer incapaz de no entender la fuerza del nuevo amor. De tanto que amaba fue capaz de desear la felicidad del corazón perdido. Nunca, sin embargo, dejó de acercarse a la orilla… puede que el poeta un día; puede que … el amor es esperanza al fin y al cabo.

         Una noche de de cielo despejado, limpio tras las lluvias, escuchó que, desde la arena, en un lugar de la playa, alguien tocaba la guitarra y cantaba una canción que tenía la cadencia de las olas, que envolvía con palabras suaves y dulces los sentidos. Miró desde una roca y encontró que había otro poeta con ganas de contar como era el mundo que llevaba dentro. Suspiró, Sirena suspiró y el poeta, súbitamente, sintió como si el mundo estuviera hecho a su medida. Miró, el poeta, al mar quieto y descubrió unos ojos que le invitaron a volver siempre.

         Mientras tanto la vida, al otro lado del mundo de los sueños y de la poesía, discurría como las olas de cualquier mar.

           José A. Fernández Díaz

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Presentación

  • : El blog de atrapado-en-la-esquina-verde
  • : Allí donde los verdes son variados e intensos, los mares furiosos algunas veces y otras tan pacíficos que son como el cielo azul, allí donde la tierra tiene antojos, perversamente montañosa algunas veces, suave y generosa otras, escarpada y escabrosa cuando quiere, fértil siempre; donde el sol se esconde enamorando la mirada o encogiendo el corazón. Aquí estoy gustosamente atrapado y describo el reflejo de mis profundas intenciones... Desde Galicia, mi esquina verde.
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  • Invasor atrapado en el territorio sin límite de los sueños y lo políticamente incorecto... Eterno indignado y perverso militante de causas pervertidas.
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