Cuando llegó el día en que conocí a Alicia comencé a desconocerme a mi mismo.
Alicia fue algo así como una pirueta en la monotonía del trapecio. Acostumbrado a vivir improvisando pensé que difícilmente podría sorprenderme algún giro en medio de la realidad, hasta que llegaron ella y su perfume … y aquella manera de mirar, hablar, besar, sonreír y amar, con toda la piel pero sin decir te quiero.
Decir te quiero, me advirtió una de las primeras veces, era decir adiós. Aprendí a llenarme de ella hasta colmar mis límites sin vaciarme explicando cuanto la iba amando.
Nos conocimos en medio de una curiosa charla sobre la incuestionable estupidez de la clase política más avezada y el pragmatismo tan lamentable con el que aprendieron a evitar el contacto con aquellos que los eligen. No sé exactamente cuales fueron mis palabras pero si se que ella puso cara de sorpresa y me tiró un beso que no supe entender. Se acercó mas tarde, para mi sorpresa, con un cigarrillo en la mano y una frase a medio construir…
-Y usted quien cree que es para…. Que coño, si me ha encantado y daría algo por ver como se lo planta en toda la cara a uno de esos estúpidos que se sostienen en torres hechas de mentiras…
-Yo no soy nadie. Soy solo un malabarista que está orgulloso de las ideas en las que cree.
-Yo soy Alicia… y tu, porque me apetece tutearte, eres Angel. O tal vez me han mentido.
-No, no soy otro. Soy Angel. Hola Alicia.
Alli y así comenzó una historia que me hizo dudar donde está el límite entre la realidad y la fantasía. Aquel día supimos que nos íbamos a ver mas veces y así fue. El viernes, muerta la tarde, saliendo de una de las clases nos encontramos y me preguntó si existía alguna buena razón para que no pudiéramos compartir el fin de semana… No se me ocurrió ninguna y nos fuimos, en un coche que alguien le había prestado, para algún lugar donde teníamos un lugar para los dos sin más límites que el filo de la madrugada del domingo.
Dos horas después, mas o menos, con tres bolsas de provisiones en las manos y la ropa que nos quemaba, llegamos a un cuarto piso sin ascensor, de un edificio atrapado por el olvido en una calle con menos que mas luz y mas que menos ruido de fondo… Tuvimos tiempo de encontrar la nevera y colar allí las cervezas y una de las botellas de vino… el resto se quedó allí en el suelo con las chaquetas y algo de vergüenza que no nos hacía ninguna falta. Volvimos pronto en busca de un sacacorchos y nos dejamos los zapatos…
Recuerdo que se me antojó estar soñando cuando Alicia clavo en los míos, el brillo mágico de sus ojos negros, iluminados por la luz que llegaba desde la cocina. Se dejó caer el vestido que antes ceñía aquel cuerpo hasta dibujarlo con una precisión insultante y mi excitación se convirtió en algo tan evidente que, cuando se acercó, con una mano atrapó mi sexo y con la otra me liberaba del cinturón, mientras iniciábamos un primer beso profundo y desesperado.
Huyendo de su boca resbalé por el cuello hasta llegar a los pechos, que desnudé con suavidad, pero me temblaban tanto las manos que decidió ayudarme. Nos fuimos al sofá y allí creí volverme loco acariciando y siendo acariciado, lamiendo y siendo lamido, besando y siendo besado. Cuando llegué al ombligo encontré que de su vientre manaba aquel perfume que se quedó para siempre en mi memoria y que nunca mas adornó la belleza de otra mujer que yo conociera. Era incapaz de abandonar el tacto y el sabor de aquellos pechos aún a pesar de la locura de sus caderas y el jardín perfumado. Seguí hasta arrancar, esta vez con algo de locura sin contención, la tela que ocultaba su sexo y allí me encontré con una hermosa razón para morir en paz con la belleza. Alicia era un sueño con una ausencia de pesadilla. Besé y mordí con pasión sus labios salados hasta que no pudimos mas y como no pudimos mas fuimos piel confundida, fundida y herida, pasión derramada, locura sin pausa, causa sin efecto y por fin tras buscarnos y encontrarnos en todos los rincones imaginables de piel, por fin al fin, una primera pero no última vez aquella noche, llegó feliz locura de morir y resucitar entre espasmos compartidos…
Descorchamos el vino y bebimos para celebrar la primera vez. Apenas hubo palabras. La respiración ocupaba el silencio de la sala y los ruidos que venían de fuera. A pesar de todo el mundo no se había detenido. La segunda vez, loco por volver a recorrerla, ya en la cama, me sorprendió aprendiéndomela de memoria. Me gustaba tanto que temía no ser capaz de contenerme, de esperarla y sobretodo de ceder a mis sentimientos y confesar que necesitaba decir te quiero…
Hicimos el amor una vez mas, pero esta vez con la cadencia de quien tiene el espíritu invadido por la felicidad y la confianza de que el tiempo no existe como medida… Que locura cuando me deshice dentro de su piel mas cálida mientras ella me mordía en los labios para jurarme que iba conmigo, al mismo tiempo, de camino al infierno…
Por la mañana, al despertar del día, ella soñaba o eso me pareció, con lo que aproveché para mirarla en silencio y guardármela para siempre en la memoria. Temía que en cualquier momento el ruido de mi despertador me hiciera despertar. Busqué papel y un bolígrafo… solo encontré varios sobres vacios del banco y un lápiz. Comencé a dibujarla con palabras, a explicarla con mi puñado de verbos y soñarla para siempre. Las ganas me invitaban a tocar, a besar y abrazar otra vez para no parar jamás. Si entraba en detalles la excitación apenas me dejaba pensar y las ganas de decir te quiero se me apelotonaban en los labios.
Aquella primera vez fue la primera de las otras primeras que vinieron después.
José A. Fernández Díaz