La tarde se deslizaba suavemente entre las calles, atajando entre edificios y plazas, emborronando la pacífica paleta del otoño con juegos de abundantes grises y negros. Todo en calma –pensó-, y se ocupó de improvisar un final coherente para la breve aventura de aquel otro día cualquiera.
Una de esas tiendas de segunda mano repletas de libros, películas, música y algunos muchos trastos aparentemente inútiles, atrajo su atención. Esta era nueva y en consecuencia algo menos desordenada y al tiempo menos interesante; pero igualmente sintió curiosidad. Entró y se extrañó de no encontrar el peculiar y entrañable olor de ese tipo de negocios… Pensó que aquel pequeño detalle era cuestión de tiempo.
Saludó a la responsable de la tienda y comenzó, sin mucho criterio, su singladura entre mares de libros y películas conocidos y por descubrir. ¡Me llamo Eva!, -explicó la otra única persona que habitaba aquel lugar-… El agradeció el detalle y contestó, sorprendido, que su nombre era Alejando… “cualquier cosa ya sabes”- dijo ella-…
Quizá de visitar tantas tiendas similares encontró que gran parte de los libros y las ediciones concretas eran familiares hasta el cansancio. Tomó en sus manos una buena edición de “El libro Negro” de Giovanni Papini, miró el año de publicación el precio y decidió quedárselo.
Cuando llevaba un buen rato entre los libros escucho como se abría la puerta de entrada y al poco tiempo la dependienta repetía la fórmula de presentación. Ya éramos tres en el interior de la tienda… Se trataba de una hermosa mujer morena de ojos negros e intensos, de sonrisa generosa y voluntariosa en el intercambio verbal.
Le escuché decir: “aquí, en la esquina verde, existen pocas tiendas de este tipo. Me gustan, no puedo evitar caer en la tentación… Me miraba mientras hablaba. Yo la miraba mientras escuchaba… nos mirábamos insistentemente.
Me acerqué a ella pero con la intención de buscar entre las películas… clavó la mirada en aquel libro que iba a ser mío y sonrió. Escuché como decía, “esperaré a que salga la película”… Esta vez sonreí yo, sin decir palabra.
Una película atrajo la mirada entretenida de ambos, 2046 de Wong Kar Wai… Conseguí llegar a la película antes que ella pero cedí… Ella la tomo entre sus manos, con el mismo cuidado con el que yo lo hubiera hecho y leyó: “un misterioso tren salía hacia el año 2046. Se decía que ninguno de los que fueron volvió jamás… los apasionados amores de su vida marcaron su renuncia al verdadero amor… 2046, donde todo termina… y empieza”… Al terminar suspiró y dijo: “la he visto unas cinco veces y volvería a verla muchas mas”… Era sincera. Decidí exponerme: “ha marcado mi vida y no igual que otras películas; no, con esta aprendí a soñar sin cerrar los ojos”…”tan solo alguno de los temas que componen la banda sonora me basta para rememorar no ya la película sino mi circunstancia personal”… Me extraño que Eva no intentará entrar en la conversación… lo agradecí.
-Qué tiene está película que no fuéramos capaces de encontrar en otra? –dijo-
-¿Fuéramos?-pregunté-
-Si, también estoy atrapada entre sus paredes, entre su eterno viaje pasado-futuro y el amor, claro.-dijo-
-¿Perdido?-pregunte-
-Siempre perdido…al final, ausente con pesada presencia –dejó caer-
Nos miramos intensamente y sin que mediaran palabras entendimos que estábamos solos y siempre enamorados, marcados…
Al salir me despedí de Eva y de aquella mujer, espejo de lo que yo era… Volví a mirarla a través del cristal; me miró … nos miramos y tras cerrar brevemente los ojos desapareció…
La lluvia, en algún momento, había barnizado la ciudad para que las luces jugaran a su antojo… Caminé buscando ausencias entre los charcos y presencias en medio de las sombras. No podía olvidarla aunque si no fuera por el libro que llevaba en la mano, podría pensar que aquello no fue otra cosa distinta a un sueño. “esperaré a que salga la película”… Luego fue un café, la duda otra vez y mas tarde, algo tarde la necesidad de volver a casa.
Decidí volver en autobús y el más próximo tenía su parada al pie de centenarios árboles casi desnudos. Allí en un pequeño banco de piedra esperaba, sentada, una mujer, aquella mujer de la tienda… Junto a ella el poste de la parada llevaba escrito en grandes números 2047… mi parada.
José Angel Fernández Díaz.
Algunas veces una palabra abandonada al borde de otra, una mirada fuera de contexto, un gesto al aire desalentado, huidizo… una llamada que debería haber sido y no fue o una respuesta magnificada por la ausencia… Algunas veces la falta del alimento para el espíritu amigo hace que aquel enferme o muera ya no de hambre, si de tristeza… de esa que no tiene rostro, tampoco voz, que no mira porque tiene por costumbre guardárselo todo en el fondo de lo que ya fue y quizá no volverá a ser…
Algunas veces la amistad es blanco certero de la indiferencia, es unidireccional, no tiene respuesta por mas que se exprima… a veces es camino sin retorno, ausencia, carencias y silencios, abismo plagado de ecos…
Algunas veces la amistad verdadera es no estar siempre, cada día a cada instante sino, sobre todo, cuando es preciso estar… y estar siempre no es estar cuando es importante hacerlo… Un amigo esta cuando debe y este debe es una alarma que se enciende en el interior del sentimiento.
Algunas veces, la amistad perdida, tiene la forma de mirar de quien habiendo conquistado la riqueza mas grade, súbitamente se ha quedado en la miseria… algunas veces, solo algunas veces.
José A. Fernández D.
Se amaron, cada día, todos los días y horas, como si supieran que aquello tenía un final escrito o dibujado o gravado en algún lugar del futuro…
La primera vez ella venía, dejando la noche vivida con intensidad al fondo de la calle; arrastrando las primeras luces del amanecer hacía el lugar donde el simplemente esperaba sin saber… El sol nuevo nacía con fuerza al final de la calle, allí donde las cadenas de edificios confluían en un punto diminuto.
Aquella primera vez cruzaron las miradas… la de el herida por la luz del sol que anunciaba el nuevo día y la de ella desdibujada por el fuego que la empujaba desde el final de la calle… fue suficiente… Aquel día comenzaron a amarse de súbito.
Pronto descubrieron que los besos del desayuno sabían a mermelada de fresa y los de la cena a dulce manzana y salado amor por hacer… los del sábado a tentación y los del domingo a infinito pecado … Supieron que se amaban un día y luego otro y otro mas y supieron además que aquello no era del todo cierto, tampoco del todo falso… era y nada más… y nada mas sin nada menos.
Se amaron sin condiciones ni reservas, sin temores ni heroísmos, sin límites ni fronteras… se amaron sin tiempo ni distancia. Confesaron amarse cuando se supieron atrapados y sin otra salida que el desamor inimaginable, imposible…impensable.
De tanto amarse, encontraron que se habían perdido como seres individuales, como uno y otro… mientras se amaban y se amaban siempre, fueron un solo cuerpo, una sola idea alimentada por dos corazones cautivos.
Un día sin saber por que dejaron de amarse… escaseaban los besos, las ausencias eran infinitas…los silencios inmensos y los desayunos cosa de uno igual que demasiadas cenas con la soledad como compañía …
La última vez ella iba, dejando el último día vivido con simpleza y frialdad al inicio de la calle, justo donde el observaba como se alejaba bajo el paraguas; mientras su silueta se reflejaba sobre la calle húmeda … El sol cansado, moría lentamente al final de la calle, allí donde las cadenas de edificios confluían en un punto diminuto…
Aquella última vez no hubo miradas compartidas… la de el estaba herida por la luz del sol que anunciaba el ocaso y la de ella contemplaba con esperanza el fuego que la llamaba desde el final de la calle… fue suficiente… Aquel día dejaron de amarse para siempre de súbito…
José Angel Fernández Díaz
Llegó ligeramente tarde… la clase había comenzado. Todos los alumnos estaban dispuestos iniciando, en la mayor parte de los casos, los primeros trazos. Una luz ciertamente cálida alcanzaba la cabecera del salón e invitaba a mirar de forma instintiva… el no miró; se limitó a componer su habitual lugar de trabajo e iniciar los preparativos sin apenas levantar la mirada.
Era costumbre del profesor inundar el lugar con música, según su criterio, adecuada y oportuna… Aquella tarde, en aquel instante era Maurice Ravel y su Bolero el que se deslizaba suavemente entre los alumnos y los espacios ocupados. La música - pensó resignado -, es algo muy personal.
Por fin, cuando todo estuvo dispuesto, levanto la mirada para dirigirla al frente de la clase; entonces se encontró con un conjunto mágico de amarillos, ocres, marrones y una cama tapizada por una marejada de sábanas revueltas que contenía en su centro un cuerpo relajado, hermoso, joven, ajeno…lejano…
La mirada del artista se encontró con la obra hecha, la belleza capturada y sólo tenía que copiarla. Deslizó la mirada suya, lentamente, sobre la piel alcanzada por la luz dorada que atravesaba la ventana. Aprendió poco a poco sombras, contrastes, luces, brillos, formas… detalló en los pies desdibujados por la luz pobre, como si nacieran de la oscuridad; recorrió con placer el camino de regreso al paraíso. Pensó cuan cálido podría ser aquel sexo y que colores precisaba para atraerlo a su lienzo… cerró los ojos y se encontró con la música y la imagen arrancada a la realidad. Pronto, cuando su corazón acelerado no pudo más, volvió a mirar… Luego fue el vientre perfecto y unos cuantos colores mas allá los senos que imaginó entre sus manos acostumbradas a jugar con los volúmenes, las sombras y los contornos. No podía, temía, apartar la mirada para iniciar su trabajo. Acaso la luz podría, con un giro inesperado, robar los tonos justos a la imagen que había encontrado. Llegó el momento de buscar su identidad y casi con delirio recorrió el borde de uno de sus senos para descubrir un perfil grato pero impersonal… la mirada invisible perdida a un lado, la boca imperceptible y el pelo desparramado sobre la almohada abandonada a una noche de placer. Entendió que la belleza se negaba a mirarle a los ojos… necesitaba el calor que suponía en aquella mirada. No parecía justo que tanta belleza no tuviera una mirada para atrapar…
Abandonó su lugar de trabajo y comenzó a andar con dirección al lugar que ocupaba la modelo. Los compañeros miraban atónitos. Cuando estuvo cerca, tanto como para mirar sus ojos, encontró que estaban cerrados… Igual que los suyos.
José Angel Fernández Díaz
(Imagen: Mujer Acostada de Dario Morales)
Con la intención de escapar o huir ligeramente, muy a pesar del bien conocido tortuoso camino de regreso, dirigí el curso de los pasos que me llevan al borde del finito acantilado que algunas veces marca los límites de la esquina verde… encontré que, si bien el cielo ofrecía una tregua, las olas rompían con fuerza entre las rocas, dibujando en azul y blanco intensos, la realidad de un tiempo agitado… Respiré hondo y miré con gula … recordé e imaginé y olvidé por un instante que había huido… solo por un instante.
El cada día de todos los días apenas nos ofrece tiempo para la contemplación, para conectar el manantial que mana del paraíso a los pervertidos circuitos de la vertiginosa realidad paralela… Somos prisioneros inconscientes, con derecho a salir alguna que otra vez…
José Angel F. D.
Banda Sonora: La belleza de Luis Eduardo Aute.
Donde se aloja la belleza?... en el ánimo de quien mira o en lo que mira… Acaso en las olas que rompen violentamente contra el acantilado o se deslizan suavemente sobre la arena. Está tal vez en el cielo infinitamente azul o aquel otro tristemente gris y frío o en la luz del verano, que parece llenarlo todo de vida; probablemente en la grave y cadenciosa penumbra de una tarde de invierno…. Puede alojarse en una mirada, el gesto de unos labios, una flor, … La belleza puede estar en un paisaje urbano fruto de la mano del hombre o en uno natural nacido de la improvisación, fruto gracioso, de la naturaleza… La belleza puede estar seguramente en el espejo de un inmenso lago, que refleja un bucólico entorno o en un simple charco nacido del deterioro y el abandono, que refleja el cielo de una ciudad, rayado por cables que pautan la ruidosa melodía del diario discurrir…
Un charco puede ser el mágico espejo de la realidad urbana.
José A. Fernández D.
Un día cualquiera encontraron que la voz quieta de la palabra escrita unió aquellos pensamientos suyos… Decidieron conocerse y con la palabra por delante se lanzaron a la aventura de explicar con letras y signos el lenguaje de los sentimientos. Aquello no resultó fácil, muchas veces era preciso explicar lo explicado, reescribir lo escrito y desdibujar para volver a dibujar. La imaginación llevaba la velocidad de la luz y la palabra se limitaba a crear incertidumbre. Podía haber sido un juego de niños mayores o una peripecia entrañable de adultos no resignados a perder la inocencia, pero al final fue un poco de cada cosa. Que maravilla volver cuantas veces uno lo desea sobre lo dicho, lo escrito. Lo que está escrito parece inamovible, es como si no tuviera vuelta atrás, y sin embargo mas de una vez, cien veces en realidad, aquella voz recogida sobre el papel demostró tener vida propia y capacidad para darse la vuelta…
Sobre el papel aprendieron a conocerse aun cuando los signos que tendrían que nacer de su mano eran caracteres de imprenta, impersonales, anónimos; aprendieron a querer lo que las palabras iban construyendo, a amar la gruesa ausencia de la palabra susurrada al oído y el efímero dibujo de la mirada al aire… un día cualquiera, también, encontraron que entre ellos el silencio se fue haciendo cada vez mas grande, tanto que llegó a ocupar el espacio reservado a la esperanza. Un día cualquiera se perdieron en los límites de la red, con la voz de aquellas palabras que los unieron, el lenguaje de los sentimientos como paleta… se perdieron en el limbo de la correspondencia electrónica… Un días cualquiera se hizo el silencio.
J. Angel Fernández Díaz.
El que cuida el jardín de mi casa lo dice, la mujer que cocina y el cocinero eventual también; el señor y la señora que cuidan a los niños, varias veces lo han dejado caer, la señora que limpia y el señor que hace las reparaciones o viceversa lo dicen casi todos los días… la chica que hace la compra para que nuestra despensa esté llena y la que compra nuestra ropa se quejan con mucha frecuencia… Todos coincidimos en decir que nos sobra mucho mes al final del sueldo y es que no resulta nada fácil imaginar que uno es rico y que todas y cada una de estas señoras y señores tienen una forma de mirar y un tono de voz distintos…
- Vendo Manual de Supervivencia para Corazones rotos, con mucho uso.
- Se agradecen los comentarios... yo también tengo derecho a leer.