Se amaron, cada día, todos los días y horas, como si supieran que aquello tenía un final escrito o dibujado o gravado en algún lugar del futuro…
La primera vez ella venía, dejando la noche vivida con intensidad al fondo de la calle; arrastrando las primeras luces del amanecer hacía el lugar donde el simplemente esperaba sin saber… El sol nuevo nacía con fuerza al final de la calle, allí donde las cadenas de edificios confluían en un punto diminuto.
Aquella primera vez cruzaron las miradas… la de el herida por la luz del sol que anunciaba el nuevo día y la de ella desdibujada por el fuego que la empujaba desde el final de la calle… fue suficiente… Aquel día comenzaron a amarse de súbito.
Pronto descubrieron que los besos del desayuno sabían a mermelada de fresa y los de la cena a dulce manzana y salado amor por hacer… los del sábado a tentación y los del domingo a infinito pecado … Supieron que se amaban un día y luego otro y otro mas y supieron además que aquello no era del todo cierto, tampoco del todo falso… era y nada más… y nada mas sin nada menos.
Se amaron sin condiciones ni reservas, sin temores ni heroísmos, sin límites ni fronteras… se amaron sin tiempo ni distancia. Confesaron amarse cuando se supieron atrapados y sin otra salida que el desamor inimaginable, imposible…impensable.
De tanto amarse, encontraron que se habían perdido como seres individuales, como uno y otro… mientras se amaban y se amaban siempre, fueron un solo cuerpo, una sola idea alimentada por dos corazones cautivos.
Un día sin saber por que dejaron de amarse… escaseaban los besos, las ausencias eran infinitas…los silencios inmensos y los desayunos cosa de uno igual que demasiadas cenas con la soledad como compañía …
La última vez ella iba, dejando el último día vivido con simpleza y frialdad al inicio de la calle, justo donde el observaba como se alejaba bajo el paraguas; mientras su silueta se reflejaba sobre la calle húmeda … El sol cansado, moría lentamente al final de la calle, allí donde las cadenas de edificios confluían en un punto diminuto…
Aquella última vez no hubo miradas compartidas… la de el estaba herida por la luz del sol que anunciaba el ocaso y la de ella contemplaba con esperanza el fuego que la llamaba desde el final de la calle… fue suficiente… Aquel día dejaron de amarse para siempre de súbito…
José Angel Fernández Díaz