Tras una profunda e intensa calada, con el cigarrillo en la mano, humeando como un revolver recién disparado, me clavó la mirada con una contundencia directamente proporcional al temblor que se había apoderado de las piernas que me llevaron allí.
-Tu eres el nuevo, y se nota – me dijo-. Todo nuevo, tan nuevo que pareces un maniquí de los que exponen en las tiendas de deportes.
-Si soy el nuevo… aunque después de hoy ya soy menos nuevo.
-Sabes dónde te has metido?
-No, nunca.
No dejaba de mirarme. Terminó por dispararme una bocanada de humo directamente a los ojos. Consiguió que nacieran algunas lágrimas que pronto borré con las mangas de mi camiseta nueva.
-Se que en la vida existen cosas mas importantes – me dijo-, lo sé y tu también; pero ahora estás aquí y no hay mas. Vienes vestido para la batalla, y parece que armado… lo has intentado. Te he visto sudar, sudas y si vuelves volverá a suceder.
-Volveré.
-No creo que lo merezcas.
-No lo entiendo.
Terminó su cigarrillo con una larga calada, lo tiró al suelo y con la punta de la zapatilla se ocupó de apagarlo. Volvió a mis ojos expectantes y llorosos.
-Te lo explico. Has decidido jugar al Pádel. Este objeto que tu has tenido la desfachatez, el descaro y el desatino de denominar raqueta no es una raqueta. Para poder continuar has de saber que esto es una “pala”. Una pala.
Volví a casa con mi raqueta, perdón, pala, en la mano, vencido por el peso de la culpa. Luego, bajo la ducha, pude reflexionar y replantearme algunas cosas de mi vida. A pesar de todo valía la pena seguir adelante.
No volví a verla nunca más. Solo alguna vez, muchas veces en realidad la recordé irremediablemente cuando llegaba a mi el humo de algún cigarrillo. Se convirtió en un recuerdo tortuoso del que no soy capaz de huir.
-Usted cree que tengo cura?; harán falta muchas sesiones como esta?... cuanto le debo?... vale, lo entiendo, me voy. Me dijeron que era usted uno de los mejores psiquiatras de la comarca…
José A. Fernández Díaz