Cuando el cóctel de calmantes, que circulaba desde la bolsita transparente, por un finísimo tubo hasta una de mis venas, comenzó a recorrer la maraña interior que soy, poco a poco recuperé, primero mi deseo de vivir y luego la esperanza de no morir jamás…
Primero desapareció poco a poco un dolor terrible que me había convertido en una especie de calcetín desahuciado y que tenía su origen en uno de mis riñones… una piedrita, otra piedrita que quería conocer la luz… y mi uréter, vejiga y luego uretra se habían convertido en el puto túnel con luz al final… Creo que es el momento adecuado para agradecer a mi genética semejante regalo…
Luego, tras la remisión del dolor, apareció la mas agradable e indescriptible de las sensaciones… parece que la culpa es de un opiáceo potentísimo al que deberían llamar dios y no Dolantina… Fue entonces cuando me dejé llevar a través de un agradable sueño…
Ella, esplendida y cariñosa, me guiñó un ojo cómplice y convirtió aquellos labios de película en un beso que depositó sobre los míos, con una mezcla indisoluble de ternura y pasión… desconectó la vía de mi brazo y me tomó de la mano. Ven – me dijo-…. Y salimos de la habitación donde había quedado alojado el dolor. Me llevó hasta su moto, subió y me invitó a que la acompañara. Lo hice… Su melena rubia perfumada, rozaba mi cara que además recibía agradecida la brisa fresca de un día soleado… Abracé aquella cintura breve y deliciosa hasta que llegamos a la playa… Aquel perfume había revuelto alguna vieja historia en mi memoria.
Bajé de la moto y entonces detallé en ella, las mismas gafas de espejo, un vaquero cortado, una camiseta blanca de tirantes y una cazadora rockera… y aquellas sandalias de breve tacón, que se quitó antes de pisar la arena… Ven- escuché una vez mas… La seguí. La playa estaba rotundamente sola… la hicimos nuestra.
Entre dos macizos de rocas confesé que la conocía, que una mañana había ido tras ella y su perro hasta encontrarme con el sol intenso de las primeras horas, que abandoné por alguna razón o por diez razones y que no sabía bien si la había perdido… Posó uno de sus dedos sobre mis labios y me invitó a disfrutar del día y de su calor…
Cuando desperté, respiré profundamente y me encontré con aquel perfume invadiendo mi habitación… estaba solo y conectado a mi bolsita transparente vacía…
José Angel Fernández Díaz.