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27 enero 2014 1 27 /01 /enero /2014 01:41

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            Algunas cosas no nacen hechas, otras no se pueden hacer por mucho que uno lo intente y algunas están prohibidas…  Con Alicia el amor estaba prohibido.

            Compartíamos aula  quizá en el primer o segundo año de carrera sin que ninguno de los dos se hubiera percatado. El sábado por la noche decidí cortarme el pelo al cero y lo hice…lo hice yo mismo, primero con una tijera y luego con una maquinilla de afeitar. El domingo al despertar me miré al espejo y apenas pude reconocerme, pero era yo más que nunca. Nos conocimos, pues, un lunes. Llegué, me miraron y, me pidieron explicaciones que no tenía preparadas y… No había explicaciones. Ella, apareció al fondo del pasillo y nos encontramos con la mirada como si no hubiera nadie más. Vestía de negro, sin ningún detalle de color. El pelo corto, también negro y un libro de lectura junto con su carpeta. Me acerqué y  miró mi cabeza y luego a los ojos que la miraban en silencio. No sé cómo, comenzamos a hablar. Tal vez, no lo recuerdo bien, aquel libro fue el comienzo.  Puede que fuera Saramago, Papini, Maupasant, García Marquez, Sábato… recuerdo sus ojos negros y la manera de fumar, la forma de los labios que me dibujaban las palabras una a una y el calor de sus silencios…

            Aquella hora de clase, siempre aburrida y vergonzante, aquella vez  me resultó intolerable por lo  que decidí salir para no volver. Para mi sorpresa ella estaba fuera, sentada en un banco leyendo y fumando tranquilamente. Me senté a su lado en silencio y comencé a escribir en una libreta que siempre llevaba conmigo. En un momento determinado, aún a pesar de estar abstraído en mis cosas, sentí que ella me miraba con atención.  Contesté antes de que ella preguntara: “es una carta dirigida a alguien que nunca me contesta”. Hizo un gesto de admiración y perplejidad y no tardó en reconocer que ella hacía algo parecido: “Yo hablo con el espejo y tampoco me contesta”, qué tal si nos vamos por ahí a tomarnos un vino?.

             Aquel primer vino me supo a historia de amor desbordado. Conversamos hasta que el dueño del bar comenzó a incomodarse. Era lunes y no quedaba nadie más en el local desde hacía ya unas horas. Al salir le propuse acercarla a casa. Me dijo que vivía cerca y se fue andando en dirección opuesta a la mía. No hubo beso de despedida.

             Una semana después habíamos compartido largas conversaciones, sobre infinidad de temas de los que apenas sabíamos nada concreto pero no llegamos a hablar de nosotros, de nuestra vida. Ella huía de ese tipo de aproximaciones. Un viernes me invitó, por primera vez a que nos perdiéramos juntos por Coruña. Una amiga le prestaba el piso. Nos perdimos hasta rozar con los dedos las puertas del infierno después de caer en picado desde el cielo. Bebimos y comimos, reímos, leímos juntos, bebimos de la misma botella y terminamos en la única cama de un piso anónimo. Creo que si cierro los ojos, hoy, podría describir cada curva, cada pliegue, cada depresión o cima, como si estuviera sucediendo. Era hermosa, generosa en caricias y detalles, loca hasta el contagio…inolvidable.

             Desperté pronto porque aquella cama no era la mía y el cuarto se había llenado con la luz que se colaba por la ventana. La miré durante un buen rato hasta que despertó. Iba a decir algo que tenía colgando de entre mis ideas pero ella supo frenarme a tiempo: “si dices eso desaparezco”.

Pasaron los meses y aquellos encuentros, aquella locura deseable se repetía  y mi sentimiento crecía a una velocidad directamente proporcional al miedo de que aquellas palabras se me pudieran escapar.  Por mas que lo intentaba apenas era capaz de sacar cosas de su vida. No sabía exactamente donde vivía, aunque era consciente de que no era de aquel pueblo, no sabía su teléfono… Era ella quien organizaba nuestras escapadas. 

            De nuestras largas conversaciones conseguí arrancar sensaciones que me hablaban de una mujer fuerte, pero fuerte a  fuerza de curtir la piel con heridas pese a su juventud. Era una existencialista y decía siempre que como se sabía condenada a muerte pretendía aprovechar la vida segundo a segundo, consciente de que era imposible saber cuál iba a ser el último.

Yo había vuelto del revés cada pieza de mi vida. Estaba loco por Alicia y aquel sentimiento que sabía prohibido no me dejaba respirar bien. Los fines de semana intensos se me antojaban insuficientes pues amaba aquel cuerpo, aquella manera de entregarse de dejar de ser ella misma para ser parte de mí. Si aquello no era lo mismo que yo sentía entonces qué era?...

            Tras un fin de semana de locura y de vuelta a nuestra ciudad me despedí con un “te quiero”, justo cuando abandonaba sus labios al otro lado de la ventanilla del coche…

            Me miró a los ojos con una profundidad que no conocía. Temí haber entendido el mensaje. Fui capaz de verla a lo lejos solo una vez más, cuando salía de secretaría. Sabía que todo había terminado. Nunca mas volvió por la facultad… nunca mas volvimos a vernos; nunca mas…

            José A. Fernández  Díaz       

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  • : Allí donde los verdes son variados e intensos, los mares furiosos algunas veces y otras tan pacíficos que son como el cielo azul, allí donde la tierra tiene antojos, perversamente montañosa algunas veces, suave y generosa otras, escarpada y escabrosa cuando quiere, fértil siempre; donde el sol se esconde enamorando la mirada o encogiendo el corazón. Aquí estoy gustosamente atrapado y describo el reflejo de mis profundas intenciones... Desde Galicia, mi esquina verde.
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