Dejó de consumir esperanzas cuando entendió que se había enganchado a la más cruda de las realidades. Esa actitud, ante la vida, había hecho de él un hombre indiferente… un hombre sin hombre dentro y un mal reflejo exterior de lo que pretendían que fuera o hubiera llegado a ser. Sus ojos no eran el espejo de ningún alma. No solo no dejaban ver su yo interior, sino que, además eran incapaces de reflejar la mirada de los otros…
No había alma entre las ruinas.
Había aceptado dejarse la voluntad en las manos de la casualidad e improvisar maneras nuevas de aguantar la respiración… Estaba dispuesto a vivir ahogado o morirse respirando el aire infecto de las almas enmascaradas con las que tenía el disgusto de coincidir…
La esperanza es lo último que se hiere. Herida de muerte la esperanza, adolecen de muerte súbita las ganas, y el ya no estar, es un estar tan permanente, tanto, que ocupa demasiado espacio para no tener sustancia.
Sin cielo ni infierno, sin falsa bondad de la una o de la otra, vivir en consecuencia es una metáfora rota de aburrimiento. Terminó por darse a la b-vida o vida en “b”, en “b”, como el dinero sucio… dinero sucio; como si el dinero por definición no fuera algo sucio… Y si, el que ganan los obreros llega, a sus manos heridas y gastadas pero limpias, sucio de otras manos golosas y enfermas.
Concluyó, un día lúcido, que la televisión ocupada por la estupidez mas rotunda, por la ignorancia mas afilada, por la manipulación mas sutil, puede llegar a matar y antes de morir es mejor arrancar los dos cables que sujetan el monstruo a la vida de quienes habitan en el mundo de los seres racionales…
José A. Fernández D.