María tenía el mar en su nombre… igual que su madre y aquella abuela materna de la que tantas cosas aprendió y nunca quiso olvidar. Marías las tres, con el mar en el nombre y en las ganas …
La abuela María nació y murió, en aquel lugar, donde, entonces, el mar solo tenía espacio en los sueños. Eran tiempos de guerra y miseria; de lucha para sobrevivir al cada día y ninguna oportunidad para salir de allí.
María , la madre, tampoco conoció el mar… y lo llevaba en su nombre: Mar… María. Se dejó la vida, sin saber si de verdad el agua del mar es salada, como las lágrimas; si huele a libertad, como los libros… si es cierto que el ir y venir de las olas tiene el ritmo de una de esas canciones, para hacer de los sueños de los niños, un placentero viaje al reino de nunca jamás en tonos de ensoñación.
María, la hija, amaba el mar… había amado el mar siempre y lo conocía del cine, porque ahí lo había visto, de los libros, donde lo había leído hasta llorarlo de ansiedad, donde lo había amado en las muchas obras de arte pintadas sobre las pieles blancas de los lienzos … en los márgenes finitos de las poesías sin fin.., en las letras de las canciones que alguna vez cantaron la historia de una poetisa acurrucada para siempre entre las olas del mar. Amaba el mar con un amor platónico con ganas de llorar y saber a mar…
María dibujaba el mar como si pudiera olerlo, respirarlo, metérselo dentro, quedárselo para siempre; pero nunca había pisado la arena… Imaginaba, imaginaba; lo hacía sin parar. Quería sentir la piel tocada por la sal, por la espuma que dibujaba con cariño y que luego acariciaba para que fuera de verdad… María soñaba a María, dormida sobre la arena, inventándose historias dentro de caracolas, acariciando nubes de sal y cielos de esperanza … María soñaba a María, arrullada, bajo las estrellas, por olas incapaces de guardar silencios o las huellas de los poetas solitarios, que poco a poco recolectaban poemas de ente los pasos perdidos , sin sentidos ni sentido.
Dibujaba faros maravillosos que indicaban la dirección correcta, pero que no tenían luz suficiente para desnudarla de su miedos y caracolas… Mar… María, dibujaba caracolas mudas de sonidos y rebosantes de color.
María soñaba con el mar; con el mar que llevaba en su nombre y lo soñaba con los pinceles húmedos de azules gratos e ingratos, con blancos sin sabor a sal y arenas de las que no se traen a casa entre los dedos de la memoria…
María soñaba con el mar, soñaba con ser capaz, alcanzarse, huir de su miedo , de su temor , de su cárcel sin barrotes… de sus barrotes. María era el mar atrapado entre las esquinas de un miedo con nombre.
José A. Fernández Díaz