Los latidos, las ganas, los pasos… Acompasada la mirada y el despertar.
Y puede que la próxima primavera; esa que siempre está por venir, haga de un año cualquiera, el año de los deseos hechos realidad. Puede que así sea. Pero aquella mañana, cuando Julia buscó la leche en la nevera, encontró que solo quedaba la botella vacía ocupando el sitio, también que ya no quedaba café… que la taza donde él desayunaba, estaba sucia, sobre la encimera junto a la cuchara que reposaba sobre un trozo de papel donde se podía leer: “buenos días”…
Hubo un tiempo en que el resto de la vida justificaba los pequeños desaires, las decepciones; pero, el paso del tiempo, había hecho del cada día una sutil o leve ruptura del compás. También hubo un tiempo en que la simetría era cualidad justa y necesaria, tanto como los besos, el amor a deshora y destiempo y las cenas al amanecer del día siguiente o los desayunos un día después. Apenas importa lo que no importa nada apenas.
Sin compás algunas cosas hieren el mecanismo de resistencia y el “cada uno por su lado”, hace de la vida dos piezas asimétricas que, probablemente, terminen por no encontrarse ni en la casualidad mas efímera.
José A. Fernández Díaz