Con cierta frecuencia me gusta volver a esos lugares donde nunca he estado…
Puso a madurar al hombre con el que se había encontrado, algunos años atrás, sobre la sincera superficie del espejo. Tal vez un poco harto de dejarse llevar por las olas decidió aprender a nadar. El manual de instrucciones estaba inserto en su memoria. Había visto muchos casos , escuchado otros y vivido unos cuarenta años… y en ese vivir se incluía: el amor, la amistad, el compromiso ético o social… Decidió nada tarde, pero si con cierto retraso, ser consecuente y coherente. Encontró que casi todo es amor y sus derivados. De sus experimentos con el amor guardaba heridas, incurables pero inútiles para evitar otras nuevas. Un amor y otro amor nacen con la misma fuerza pese al miedo de saber que pueden tener fecha de caducidad. Intentó trasladar el concepto y la idea de amor a su pretensión de madurar… Pero pronto se percató de que el amor, el travieso sentimiento similar a cierta enajenación mental, hace de quienes lo sufren, voraces consumidores de disparates justos y necesarios. El amor cuando es nuevo hace de quien lo tiene un delicioso insensato. Madurar enfermo de amor nuevo es complicado… pero se puede intentar.
José A. Fernández Díaz