Me gusta esa manera sutil y ruidosa de alargar su sombra al borde de la tarde, cuando pasa por delante de la esquina donde yo me entretengo esperando sueños más a mano.
Tiene la piel tocada por el indescriptible perfume de una flor sin inventar, que se desparrama por entre los dedos de la realidad como si fuera la más dulce de las esperanzas.
Es voz cálida y dulce a rebosar de palabras que saben a manzana recién robada del árbol del vecino.
Es un poco curvas y también montañitas que hacen de su piel un paraíso apetecible para recorrer con pasitos locos y largos paseos en anocheceres y amaneceres eternos.
Me gusta su manera de mirar atrás, girando la melena en sentido inverso a las agujas que tejen las telas de mis mejores sueños.
Es locura que anda con la piel mirando al sol, que decide morir, cansado, tras un largo día de verano y que no tiene dudas de que habrá otro mañana cualquiera.
Es mirada tímida y profunda, huidiza y retadora, brillante e íntima, quizá porque tiene luz propia que dibuja el contraste de su breve historia con la que discurre entre las calles donde nos encontramos sin apenas mirarnos.
Tiene ese curiosa manera de alterar el curso de la mañana cuando la melodía de sus pasos se dibuja entre la columna estruendosa de la frondosa cotidianeidad.
Es locura que se mete por mis ojos e invade cada rincón de mi estúpido silencio, hijo de la timidez que me roba palabras e ideas.
Es gestos y ademanes, dudas y silencios, inventos y desalientos … es lo que quiere que yo sea, y yo no soy más que un anónimo observador.
Me gusta su manera de decir adiós como si se tratara de un hola, que para mi siempre es un adiós dirigido a otros …
Ella es todo eso y mas … eso me han dicho.
José Angel Fernández Díaz