Incapaz de conciliar el sueño, acosado por ideas y deseos, el poeta, abandonó su cama. Avanzó, navegando entre la luz blanca y fría de la luna llena que ocupaba el interior del estudio. Tropezó con una botella casi vacía, abandonada sobre la alfombra, junto con las notas para construir un poema eterno, que recibieron una lluvia súbita de alcohol intenso que se extendió sobre la piel herida del papel, hasta desdibujar la voz tenue y confusa de algunos versos… Apenas importó aquel percance. Necesitaba huir de aquella atmósfera densa y conquistada.
Abrió las puertas que daban acceso al balcón e inmediatamente respiró, escucho, saboreó, el mar que abrazaba la playa que tanto amaba. El cielo aquella noche era un cristal oscuro salpicado de estrellas y la luna inmensa… Cerró los ojos y respiró hondo, hasta sentirse lleno; pero el mar, su mar, era el símbolo de algunas ausencias.
Descalzo y casi desnudo salió de casa con dirección a su playa. Pronto, el contacto con la arena fresca y fina, provocó un placer conocido y la visión de las olas bajo la fría luz de la luna un complemento perfecto.
Se encontró construyendo versos con fluidez y generosidad…Estaba inspirado y hablaba a las olas, a la luna, a los sonidos que poblaban aquel hermoso lugar. Hablaba de amor, de soledad, de esperanza… belleza. Trazaba la imagen fiel de cual debería ser el perfil del amor que estaba por venir.
Cansado de andar eligió para descansar, una roca rodeada parcialmente por aguas mansas y quietas donde se reflejaba la graciosa luz de la luna. Descansaban sus pasos pero no el monólogo que se deslizaba entre los límites imprecisos de lo intangible. Su voz, el ir y venir de las olas y algo de silencio, y la luna sobre el agua pacífica.
El calor de los versos crecía a medida que avanzaban los minutos o las horas, se emocionaba hasta el punto de sentir deslizarse alguna que otra lágrima sobre su piel curtida… Mientras escuchaba su propia voz se encontró sobre el cristal del agua, una curiosa sucesión de círculos que se multiplicaban a medida que su carrera loca hacía ninguna parte se hacía más intensa… Llegó a pensar que bien podían ser sus lágrimas al caer al agua, como si fueran gotas de lluvia… Pero no era eso. Aquello se parecía más al eco de un latido; un latido que aceleraba su marcha a medida que la voz del poeta profundizaba mas en el relato de las desventuras y desazones de un corazón solitario…
Estaba solo y aquellos versos eran pinceladas de dolor sobre el lienzo de la noche inmensa. Sin saber como, pensando que soñaba, vio nacer poco a poco de entre el eco de los latidos la mas hermosa de las miradas y poco después labios para saborear en silencio y también a gritos. Se encontraron con normalidad. Ella miraba con pasión al poeta, la luna en sus ojos y entre sus manos el rumor del agua… con un gesto rogó que continuara… El lo hizo sin saber parar. Entonces era ella la inspiración, la poesía encarnada. Ella escuchaba y de vez en cuando lloraba o sonreía, se ruborizaba y cerraba los ojos… de vez en cuando suspiraba con el pecho descubierto y hermoso bajo la luna llena…
Aquella primera noche se despidieron con un las manos entrelazadas y los dedos que curioseaban con cariño, los mapas de la piel… Prometieron volver y así fue. Una y otra vez … El poeta regalaba versos, verbos, palabras, sensaciones y ella sonrisas, lágrimas y muy pronto besos con sabor a mar.
Se necesitaban y odiaban el día porque sobraba. Necesitaban la noche para amarse. Un día hablaron de amor, de incontenibles sensaciones… utilizaron un “te quiero” y un “te amo”, mas de una vez. El “te quiero”, rompió el silencio entre los dos, el “te amo”, solo el mundo de los sueños que habitaban en los sentimientos de ella, la Sirena.
Un día hablaron de compartir la vida. Era un mundo o el otro. La tierra o el mar. Por la razón que fuera el dejó de acudir a la playa por la noche… algunas veces dejó versos y mensajes dentro de botellas que ella se ocupaba de rescatar y leer. Aquel sentimiento suyo era tan grande que no se cansaba de esperar; que contaba el tiempo por lunas reflejadas sobre el mar… alguna vez un “te quiero” dentro de una botella y sobre la paz de las aguas el reflejo inmenso de los latidos que nacían en su corazón…
Aprendió a mirar a su ventana desde el mar, a esperar amando con locura, a guardar gestos y palabras como tesoros… aprendió a esperar a que el destino encontrara un lugar para compartir entre la tierra y el mar, mientras su amor se hacía tan grande como difícil de explicar…
José A. Fernández Díaz