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28 diciembre 2012 5 28 /12 /diciembre /2012 01:17

            ramaEntonces, a la vista de aquel pequeño percance, decidí dar un paseo sin grandes pretensiones, solo un paseo.

 

            El cielo parecía anunciar lluvia. La gente pasaba a mi lado con algo de prisa y sentí la impresión de ser una  especie de loco suelto. Con el fin de relajarme esboce una sonrisa  y al tiempo pensé que esto empeoraba las cosas. Comencé a silbar, inventando primero melodías algo estrafalarias, luego hice trizas la sinfonía nº 40 de Mozart.

 

            Me detuve de súbito ante un escaparate. Aun llevaba conmigo la sinfonía. Observé la delicada ropa interior femenina y, por supuesto, no dejó de impactarme, como siempre, el cruel espectáculo: piernas sueltas, troncos partidos, brazos sin rostro, en fin, un estropicio, una carnicería. Volví a mi paseo con la impresión a rebosar de quien sabe que sensaciones.

 

            Las luces de la ciudad se llevaron la tarde poco a poco. Alguna gota perdida de la  lluvia que iba a ser me golpeó en la cara.

 

            Al otro lado de la calle me llamo la atención una boina; justo debajo iba mi buen amigo Alejandro, con menos prisa que yo. Levanté el brazo con el fin de saludarle y él se aferró a mi gesto incluso con algo de crueldad.

 

            - Vale -dijo-, pero con un poco de leche.

 

            Me volví para saber si hablaba conmigo y descubrí una cafetería algo vetusta pero de aspecto agradable.

 

            Nos saludamos mientras buscábamos una mesa.

 

            - Amigo mío -comenzó Alejandro-, no sabes cuantas cosas han pasado desde la última vez, el mío con leche por favor, pero no sé dónde está el principio, solo sé que aunque hay más cosas que contar solo quiero hablarte de ella. Si comenzara por otras hasta llegar a ella me aburriría más que tu. Mejor olvidamos lo demás y ocupémonos de la razón que llena mis días.

 

            - Estoy enamorado.

 

            - No es la primera ni la segunda vez -interrumpí-.

 

            - Ni la décima siquiera. Pero esta vez es distinto, quiero decir; no es igual que en las otras ocasiones.

 

            - Parece lógico, cuéntame.

 

            - Sabes que no soy fácil de entender, sin embargo con ella todo es distinto. La conocí hace tan solo dos meses, una tarde en que el frío de la calle nos empujo al interior de una cafetería. Ella estaba allí cuando yo entre; enseguida nos miramos.

 

            - ¿Llevabas tu boina?...

 

            - Si, claro. Ella y solo ella parecía llenarlo todo. No me importó nada más, aunque un camarero, que se me antojo sin rostro, me aparto momentáneamente de aquella abstracción a la realidad. Rápidamente pedí lo de siempre y volvía a mi sueño.

 

            Cuando el camarero me trajo el café ya había aprendido de memoria su cara, su pelo y, sobretodo, aquellos ojos que de vez en cuando me miraban.

 

            Ella leía Cumbres Borrascosas y, créeme, al salir de aquel lugar, con el corazón a rebosar de felicidad, me compré la obra y acudí al día siguiente, con la esperanza de que ella estuviera allí, para  acompañarle en la lectura.

 

            Estuvo allí y juntos supimos de los amores intensos de Heathcliff y Kathy.

 

            Una tarde la cafetería estaba algo despoblada, casi éramos ella y yo solos; me atreví a dirigirle la palabra. Cuando me cedió sus servilletas oí mi corazón latir con tanta intensidad que creí percatarme de como ella también lo escuchaba y me sentí algo avergonzado. Soñé aquella noche con su voz dulce y aquellas manos tan perfectas.

 

            Sabes cuanto admiro la belleza. Esta después de todo ha sido la vez que mas cerca hemos estado.

 

            Alejandro se acercó la taza a los labios por primera vez y, tras el primer sorbo se percató de que aun no había echado azúcar a su café. En silencio tomó sus dos terrones y los poso delicadamente sobre la superficie blanda; luego cogió uno de los míos y, con la excusa de que aquellos necesitaban compañía, lo dejo caer también en su ya dulce brebaje. Luego con la decisión de volver a su conversación, revolvió en uno de los bolsillos de su chaqueta hasta extraer un trozo de pan con mas de una semana y marcado en una buena parte de su estructura por un visible dentellada.

 

            - Si lo sé - me dijo sin que yo preguntara nada- , estoy seguro de que para ti este trozo de pan no significa nada. Te entiendo, para mi tampoco sería mas que un viejo trozo de pan si no fuera porque en el se han apoyado sus labios y sus blancos dientes se han llevado una pequeña parte dejando su huella.

 

            Esto es un símbolo, un poquito de ella, algo para conservar. El amor, amigo mío, tiene sus razones que la razón desconoce. Ella está aquí, en este trozo de pan. La siento tan cerca. Quiero este símbolo como la quiero a ella y lo llevo conmigo como prueba de mi amor para recordarla siempre que quiera.

 

            - ¿Cómo te hiciste con ese trozo de pan?...

 

            - Una tarde en que ambos leíamos, ella pidió un bocadillo. Parecía acariciarse los labios con el pan tierno mientras yo la consumía con mi mirada.

 

            Observé como Alejandro tomaba el trozo de pan (símbolo), y lo metía en su taza de café mientras hablaba.

 

            - No puedes imaginarlo siquiera: sus labios rojos, delicados, jugando distraídamente a comer sin apartar la mirada del libro.

 

            Alejandro hizo un alto en su conversación para llevarse a la boca el trozo de pan que extrajo con cuidado del café y rápidamente lo tragó continuando.

 

            - Amo cada gesto suyo y cada cosa suya como si fuera el aire que respiro o la sangre que me mantiene vivo...

 

            La noche, algo avanzada ya, nos recibió en el exterior. Alejandro me esperaba fuera. Yo me entretuve pagando. Nos despedimos. Volví a casa pensando en la sinrazón del amor. Alejandro se despidió de mi y se fue quien sabe a dónde con el recuerdo más tangible que poseía de su amada muy cerca del corazón.

 

            José A. Fernández Díaz     

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