Miré a los ojos de aquella mujer entre las botellas … No rechazó mi desvergonzado ataque, muy a pesar de que su marido estaba a mi lado. No sabíamos muy bien cuales eran mis intenciones. Puede que el alcohol tuviera buena parte de culpa; puede que el valor con el que estaba cargada la mirada impetuosa con la que atacaba fuera simple y llanamente esa libertad efímera que nos conceden las bebidas espirituosas, cuando alcanzan y castigan los sentidos.
Justo al lado de aquella mujer estaba la mía y odio referirme a ella como mi mujer, pero esta vez y al efecto me permito la licencia… No me pertenece, claro que no; nos une un sentimiento y regulariza nuestra condición un mero trámite contractual socialmente aceptado como imprescindible… Pues bien, justo al lado de aquella mujer estaba la mía y esta vez, si bien me pareció tan guapa y deseable como siempre, se me antojó mirar a nuestra amiga de una manera nueva…
De súbito una curiosa conversación nos hizo reir… mi mujer y el hombre que tenía a mi lado, planeaban un crucero que nos excluía. Odio viajar y la mujer objeto de mis miradas también… luego, se irían ellos a disfrutar de unas vacaciones en uno de esos grandes barcos que ofrecen maravillosas rutas guiadas, saltando de puerto en puerto… Ella y yo nos quedábamos y tendríamos que ocuparnos de los niños. Nos prometimos ir de compras y buscar en el cine algo interesante para aguardar la vuelta de aquellos otros… Bueno, no estaba mal.
Seguimos bromeando o no en torno al estrafalario arreglo. Pronto se hizo noche y encendimos una inmensa hoguera donde descargamos cosas que queríamos hacer desaparecer, por viejas, tortuosas e inútiles… Es curioso, me pareció ver que entre las ramas secas ella, mi mujer, había depositado un viejo y amado libro de poemas del que me gustaba extraer frases para alimentar todo aquello que el contrato que nos unía era incapaz de sostener… Imposible – pensé- mientras observaba como las llamas se dibujaban poderosas entre la noche.
Se hizo tarde y decidimos organizarnos para que nuestros amigos pudieran dormir en casa… Fue una curiosa noche de extraños ruidos ajenos a la habitualidad de nuestras paredes… Inquietante noche mágica de fuego y esperanza…Me ayudó a tomar una decisión valiente y definitiva encontrarme a la mujer de mi amigo en la oscuridad rotunda de la cocina, iluminada tan solo por la luz de la nevera, que dibujaba con trazos apasionados las líneas generosas de su cuerpo apenas cubierto por una gran camiseta…
Cuando despertaron, por la mañana, el sol lo invadía todo con una luz furiosa pero agradable. En la estantería faltaba mi apreciado libro de poemas. Decidimos irnos y romper de forma unilateral aquel contrato que resultaba insuficiente… Cuando aquellas dos mujeres despertaron, encontraron que faltaban dos hombres, un coche y tres botellas de licor… El fuego de la gran hoguera, al otro lado de la ventana, se había apagado…
José A. Fernández Díaz