Se me estaba olvidando a que sabia el amor una tarde lluviosa de domingo… Se me olvidaba, casi sin remedio, hasta que sucedió.
Llegaste con la mirada tan tuya, esa que siempre me gustó ponerme para soñar y, comencé a quitarme, sin mediar palabra, una a una las horas perdidas, con la esperanza de que pudieras ver florecer el jardín de mis deseos.
Te invité a quedarte para siempre, otra vez, y otra vez prometiste quedarte siempre para … pero nada más. Y con nada más me di por satisfecho. Mañana tal vez llegue a ser lunes, pero hoy es domingo, un domingo gris y lluvioso de otoño, uno de resurrección.
Sin un saber como, para comenzar frases, encontré que nos teníamos sobre la paz temporal de mi cama, cuando se nos antojó dejar de hablar y abandonarnos a la mecánica del “¿y por qué no?”… algo pasajeros de medias lunas rotas y soles nostálgicos.
Puede que llegaras justo a tiempo o que, romántico empedernido, quisiera inventarme un límite al uso. Puede que no fuera del todo cierto que aprendiera a olvidar el amor en tiempos de lluvia. Tengo apuntados en los bordes de la memoria, subrayados con esperanza, aquellos otros domingos de piel tuya y piel mía atrapados en la lluvia.
Me gusta resucitar domingos de los que guardo en la memoria con domingos nuevos de lluvia y pasión porque, al fin, sin ti son solo horas vacías…
José A. Fernández D.