Puede que aquella última vez no nos hubiéramos amado bien. Puede que esa otra vez, el soñador que soy, tuviera un día de pesadillas. Es posible que nos faltara la premeditación y algo de alevosía, o, nosotros mismos… nosotros mismos no estuvimos aquella última noche, amor.
Estabas tú y también yo pero, apuesto un puñado de suspiros a que, esa no eras tu y ese no era yo. No la mujer que quería amar; no el yo que conozco.
Aquella última noche tenía la mirada de un visitante indeseado. Tal vez tu, como yo, no querías que fuera y no fue. No habitamos aquellas horas y no fuimos dueños de cuanto sucedió; pero si de lo que dejó de suceder.
Creíste, creí… pensamos, que había camino de vuelta y apenas se nos acabaron los minutos , atrapados –contarán las crónicas- , “no supieron que hacer”.
Como los hijos de Capuletos y Montescos se nos ocurrió urdir un plan al margen de las bondades divinas. Te fuiste y me fui, con el amor sin hacer y las ganas sin aparecer. Dejamos la cama ocupada por la luz de la tarde, la tele encendida, un café sin estrenar y un vino que nunca apareció.
Puede que aquella última vez se nos olvide para siempre y también puede que no se nos olvide nunca.
Se me ocurre intentar una nueva última vez; una de verdad; meditada y planeada a la que procuraré llegar tarde.
José A. Fernández Díaz.