Al interior del estudio llegaban los cantos de los pájaros e insectos y una luz tan pura y limpia que bien podría ilustrar el contorno de algún sueño. Cierto desorden agradable lo invadía todo. De algún lugar llegaba el aroma del café recién hecho y se mezclaba con el de la hierba seca que algunas veces una breve brisa hacía llegar al interior a través del hueco de las ventanas ausentes…
Tardaba en llegar, ella, aquella mujer tardaba en llegar. El pintor esperaba mientras cargaba de colores la paleta e imaginaba aquella luz rodeando límites, arañando sombras y desdibujando ansias. Por fin llegó en silencio. Se miraron a los ojos y con gestos decidieron comenzar. Ella nerviosa preguntó dónde. Un gesto apuntando con el pincel fue mas que suficiente. En el lugar indicado comenzó a desnudarse poco a poco. Cuando iba a colocar la ropa sobre una destartalada silla, el pintor rogó que la dejara caer al suelo sin mas como si se tratara de un árbol conquistado por el otoño. La modelo fue arrancando la falsa piel que escondía el tacto de los sueños, todo sin prisa y con una inexplicable timidez. Aparecieron pronto aquellos hermosos senos apenas cubiertos por una hermosa melena negra, luego el vientre e inmediatamente los dominios de Venus conquistados por las modernidades. Al volverse una espalda imposible y las nalgas mas hermosas…
Ella no sabía que hacer, que postura adoptar hasta que el pintor se acercó y la invitó a dejarse caer sobre la ropa abandonada a sus pies. Aquella mujer olía a canela y esperanzas y sus gestos a motivos para no volver a dormir. El respiró hondo y cerró los ojos. Para cuando volvió a encontrarse con la luz, dos ojos negros inmensos miraban desde el suelo y casi preguntaban si todo iba bien. Todo estaba al nivel de los sueños. La luz era perfecta, los olores inspiraban, el silencio había sido ocupado por gratos sonidos cíclicos y la modelo era una verdad imposible…
Volvió al lugar donde había dispuesto su lienzo y desde allí miró hasta sentir que comenzaba a no ser capaz de entenderse en medio de aquella realidad imposible. Cómo iba a ser capaz de trasladar tanta belleza desde aquel lugar hasta la tela sin perder nada por el camino?... Cómo sin ser profundamente injusto?...
Pasaron las horas sin que fuera capaz de tocar el lienzo, luego fueron días, días que no dejaban de sorprender con una luz repetida y una cadencia irrepetible. Antes de que ella comenzara a vestirse cubría la tela virgen para que no pudiera percatarse de que no había nada hecho. Por fin un día los cielos fueron grises, la luz en el estudio escasa y triste… el silencio ocupado por el tic-tac del reloj y ella que no llegaba…
Pasaron los días que se sucedieron uno a uno repitiendo la cadencia propia de los días de otoño. Ella seguía siendo una ausencia permanente y el lienzo cubierto un imposible. El pintor no abandonó el estudio nunca mas… se dejó la vida poco a poco esperando a que la luz volviera a aquel lugar donde había habitado la belleza sin que él fuera capaz de atraparla…
José A. Fernández Díaz.