Justo al entrar me encontré con su mirada intensa, profunda, ciertamente inquietante. Reconozco que el uniforme distraía el encanto de todo cuanto en ella me gustaba; pero no lo suficiente como para que no fuera capaz de caer en la cuenta de que aquella tarde sus labios brillaban y destacaban un rojo inadecuado para afirmar la condición de guardia de seguridad…
Me miró, la miré y no sé si aquel furtivo encuentro tenía la misma intención en ambas direcciones. Yo soy la antítesis del hombre uniformado… nunca seguí la moda, prefiero esperarla…. Soy un autodidacta temerario que no pasa, lo reconozco, desapercibido. Puede que mi aspecto despierte cierta desconfianza…. Puede.
Me entretuve buscando a conciencia cuanto llevaba anotado en mi lista imaginaria. Dudé y deambulé entre las distintas secciones como si fuera la primera vez. No llevaba carrito ni cesto, no lo necesitaba. Aquello también estaba previsto. Mas tarde que pronto encontré el primer objeto de mi lista y con mucho cuidado me lo llevé a uno de los bolsillos. Contento continué hasta la sección de galletas y bombones. Bonita caja con forma de corazón… seguro le gustará, pensé mientras la llevaba al interior de mi chaqueta. Un pequeño peluche fue lo siguiente. Me costó encontrar uno adecuado pero al fin me lleve al bolsillo uno tan suave y hermoso como el sentimiento que me empujaba…
En la sección de perfumes busqué mi marca favorita. Destapé aquel frasco excesivamente caro para ser verdad e inmediatamente me rodeó una ola de frescor altamente seductor, tal y como explicaban en la televisión. No me limité solo a probarlo, me perfumé generosamente y tanto que el resto de mi paseo por el supermercado fue impactante.
Me costó encontrar el vino adecuado y mas aún esconderlo entre mis ropas. Cuando lo conseguí pensé que aun necesitaba buscar sitio para dos copas y un sacacorchos. Un vino como aquel merecía rozar el cristal transparente de una copa antes que los labios. Cuando por fin lo conseguí todo, respiré hondo y me dirigí a la salida. Al pasar por el arco de seguridad no sé si una o cien alarmas me cortaron el paso con su molesto pitido. Quieto observé como ella, apurada, con una muy clara intención se acercó y tomándome del brazo me pidió que la acompañara a un reservado. Entonces me percaté de que decenas de personas me observaban, incluso cuando la alarma por fin dejó de pitar.
En el reservado me miró a los ojos y me explicó que sabían que había robado algunos objetos y me aconsejó que los pusiera sobre la mesa. Obedecí con gran nerviosismo.
Mirándola a los ojos saqué la botella de vino y el sacacorchos, descorché la botella y llené las dos copas. Estaba confundida y perpleja. Cuando abrí la cajita de bombones con cierto nerviosismo ella ya no supo que hacer. Justo cuando iba a romper el silencio que mis gestos y acciones habían provocado, saqué el pequeño peluche y una flor de cristal que acerqué a sus manos. Intenté tomarlas entre las mías pero ella se asustó…
Cuando al fin dije “te quiero”, la puerta de aquel lugar se abrió a mis espaldas y apenas alcance a observar como sus mejillas se teñían de rojo.
José A. Fernández D.