La noche placentera y suave se había instalado sobre la mas hermosa de las playas, que dibuja con trazos delicados, sobre la piel de la esquina verde, el encuentro entre la tierra y el mar. Cuando llegamos aún quedaban restos del día flotando sobre el horizonte. Harmoniosamente se confundían rojos, amarillos y naranjas hasta construir el fuego delicioso y apetecible de un curioso infierno que ardía suavemente sobre las aguas mansas.
La luz pobre de la noche recortaba con mesura la silueta de las rocas, grabada en la memoria a golpe de sensaciones, construidas antes y después de los límites intangibles de días cualquiera.
La playa había sido abandonada…paz y equilibrio habitaban entre la indefinición de sus paredes…estábamos solos. Llevábamos con nosotros deseo y sed, pasión y hambre; llevábamos en los bolsillos del tiempo, una colección de encuentros coloreados por tardes de primavera o invierno, súbitas tormentas, soles que se fueron con nuestras almas rebosantes, pasiones consumidas en batallas encarnizadas cuerpo a cuerpo…
Aquella vez, una vez mas, buscamos la complicidad de aquel jardín al que pertenecíamos. Te recorrí, como siempre, primero con la mirada y luego con el tacto tímido, aun tímido, como la primera vez. Las olas eran música que acompasaba el ir y venir del deseo que nos contenía. Tu piel se vistió con las últimas luces, poco a poco, mientras poco a poco, con la mirada incendiada y las manos torpes, te iba desnudando para ofrecerte a la noche. Nos besamos entre silencio y silencio, entre ruidosos susurros …nos besamos como la primera vez, cada vez, un millón de veces mas.
Mientras tanto la noche …y el universo partido en dos… ahora éramos nosotros y el resto del mundo…
Cuando fuimos un mismo ritmo, una sola carne, cuerpos mezclados con locura, me alcanzó de lleno, en el centro de la memoria, el eco de aquella primera noche y su rotundo amanecer. ¿Cómo no volver?... Al fin nunca nos fuimos del todo, siempre dejamos algo para volver. Dentro de ti, en ti, también está la esencia de nuestra playa. Tu calor, tu sabor, la cadencia de esa respiración que amo, es igual a la de nuestro jardín…
Te amaría infinitamente sobre la arena de nuestro paraíso compartido; te amo hoy como ayer, como si el tiempo no tuviera medida, como si de nada valiera el discurrir de los años… como si todo estuviera quieto. Cuando somos una sola piel sobre la paz de nuestra playa me gusta pensar que estoy soñando, porque la realidad, el mundo en el que se pelean otras batallas, no tiene tanta magia; porque cuando nos toque volver, cuando amanezca, no quiero saber que entre el paraíso y la realidad solo existe una breve carretera…
Esto tiene que ser un sueño, es un sueño al que solo se puede llegar abandonando la realidad…
José Angel Fernández Díaz