Algunas veces se me ocurre pensar en voz baja y, entonces, es cuando parece como si mi estruendoso miniuniverso se apagara en su propio fuego…
Hace un par de días que no me miro al espejo. He acordado conmigo mismo peinarme de memoria, lavarme al tacto e imaginar, para completar la faena, que nadie me mira, que nadie tiene argumentos para criticar mi aspecto o el aspecto de mi desorden exterior. La mirada que llevo puesta, tiene tantos años como los que refiere mi acta de nacimiento… pero no siempre ha funcionado de la misma manera. Cuando era pequeño apenas sabia mirar y ahora que soy mayor miro con interés; pero lo hago mal… por defecto.
La gente no me cree cuando explico la realidad como la construyen mis sentidos. Piensan que se trata de historias e histerias, todo mezclado o revuelto. Según mi opinión; mía del todo, nada es lo que parece. Si todo es lo que parece la imaginación no sirve para nada. Y yo no puedo entender un mundo donde todo es lo que parece, porque echo en falta las cosas que no son lo que parecen o parecen lo que no son…
Cuando me enamore por penúltima vez, quiero que sea como lo fue la primera. Ella no se lo podía creer … y no se lo creía. Yo hacía, con las palabras que me sabía de memoria, una suerte de versos asimétricos, rotos y dislocados que nos llevaban a soñar con pro-puestas de sol y ama-neceres algo inolvidables. Ella consiguió olvidarme mientras yo la amaba y después de olvidarme decidió aprenderse la mirada de otro algo menos simple que yo. La gente de la que me enamoro, no sabe que el amor tiene la mala costumbre de afectar el normal funcionamiento de casi todos los sentidos. En mi caso pierdo la noción del tiempo futuro y pasado. El presente es un bucle que se pliega sobre si mismo con cierta prepotencia. No salgo de mi hasta que comienzo a darme de bruces contra los bordes de la salida de emergencia.
La verdad es que odio hablar de amor. El amor hablado es teoría y yo soy un hombre más bien práctico. El amor y los sentidos tienen cosas en común; de hecho se utilizan el uno a los otros y viceversa. Prefiero el amor que no se parece al amor… pero que sabe a amor. A los cuarenta perdí la costumbre de lamer rosas. No sabían a amor.
Cuando alcance a sumar veinte días sin mirarme al espejo, volveré para intentar reconocerme y, si no soy capaz de hacerlo, me hará feliz, o algo parecido, descubrir que tengo un amigo potencial…uno a quien contar que no me gustan las cosas que son lo que parecen, porque eso es la realidad … y a mi me gusta soñar, soñar con un mundo a la medida de los sueños y muy lejos de las pesadillas de máquinas que entretienen los sentidos de la gente que prefiere no pensar, de la sinrazón de quienes hacen del mundo el paraíso de su ego y olvidan que su ismo es, algunas veces o muchas veces, el salvavidas de los que han tenido que abandonar su planeta inundado de injusticia o miseria… o rabia. A mi me gusta soñar y llamar a las cosas con el nombre de la esperanza.
Hace un par de días que no me miro al espejo … pero aún me reconozco (sin mirarme)…
José A. Fernández Díaz