No estoy seguro, no del todo, cuando me encuentro con tu perfume sobre la almohada. No se si imagino que debería estar allí o realmente lo está … Me gustaría que fuera fresco, el de esta última noche y no el de aquella otra, plagada de silencios y una larga ausencia. Me has dejado un lienzo manchado de esperanza, con tus formas dibujadas con pasión, pero inconcluso… y un libro, “las flores del mal”, marcado en cinco o seis páginas con la barra que daba sabor y color a tus labios, también una fórmula para hacer desaparecer el desamor… nunca conseguí reunir todas las hierbas necesarias.
Hoy me levanté tarde, vacié en una taza sucia el último episodio de aquella botella de porto, que me gustó compartir contigo y se me revolvió la memoria, entre sábanas que envolvieron tu piel desnuda, luces de amaneceres y sombras de recibos sin pagar, engañados con velas que se nos antojaron románticas… Me supo a poco ese vino nuestro; miré la botella con sus etiquetas escritas en portugués y me la llevé a la boca … nada mas que una o dos gotas se deslizaron por el cristal verde, nada mas …
No querías que te pintara, tenías miedo que te robara el alma… me lo suplicaste. Pensé que bromeabas, que jugabas a ser un poco bruja… y te fuiste mucho antes de que pudiera dibujar tu cara en el lienzo… Me entretuve pensando que podía descifrar el misterio y la magia que habitaban en tu piel y solo pude perfilar ese cuerpo que me vuelve loco… Tu cara, el color de los ojos que me miraron, la forma de esos labios de donde bebía palabras que no supe creer… tu pelo… todo eso está en mi memoria; pero no quiero construirte con los restos del naufragio sino con el tacto vivo y los sentidos próximos impregnados de ti.
Te llevaste tu alma intacta pues apenas pude iniciarte sobre el lienzo… te llevaste tu alma intacta y el origen de mi pasión… también mi colección de sueños y mis globos de colores…
José A. Fernández Díaz
Esta vez la playa era solo para nosotros; para pasearla, para refugiarnos en su paz; para llenar los pulmones con el ir y venir de las olas mansas… para recoger canciones de entre los últimos rayos del sol. Nos llevábamos de la mano, como tantas veces; tantas que casi necesitaba tu piel para sentirme entero… y como tantas veces tu voz posaba ideas al borde de mis ilusiones. Claro que tu no sabias, no podías entender que me importaba mas el ahora que otra cosa. No tenía tiempo para perderlo recordando o viviendo de la nostalgia cosechada y mucho menos de lo que podría llegar a ser si no fuera porque…
Definitivamente el futuro no existe y el pasado ahora ya no me vale; no si te tengo a mi lado… quiero el calor real de tu piel y no el que encuentro atrapado entre las esquinas de mi memoria. No sé si te quise bien, eso es algo para lo que la experiencia resulta inútil… se que te quise, porque te quiero y te querré con ese límite anunciado que no depende de mí… te querré hasta que ya no tenga palabras para decírtelo ni tiempo para mirarte a los ojos… ni fuerza para besarte…
Tendrías que saber que me han puesto fecha de caducidad… quizá eso hubiera explicado ese cambio que tanto te ha extrañado, esa prisa por hacer, por mirar, respirar, reír y sonreír, amar hasta perder el sentido, por beber con pasión y lujuria… No soy otro, soy el mismo de ayer con prisa…
Siempre quise aprender a tocar la guitarra, siempre, para construirte canciones con los hilos de mis sensaciones y sentimientos, pero me entretuve escuchando como lo hacían los demás sin pensar que el tiempo tiene sus límites, como las estaciones… ahora el otoño, otra vez el hermoso otoño, instalado en su mar de colores. Este es mi otoño, nuestro otoño, tal vez el último para que puedas recordarlo… yo no lo haré. Sé lo que tendría que venir después y me gustaría verlo, también sentirlo, por muy crudo y aburrido que me hubiera resultado ayer … y no sé si va a suceder; si sucede prometo disfrutarlo.
No sé si te he querido bien y no me atrevo a preguntar. Hoy te quiero más que nunca pero no se por cuanto tiempo podré hacerlo…
Mañana o pasado, quizá dentro de una semana irremediablemente vuelvo a mí otro planeta.
José A. Fernández Díaz.
No han sido nueve meses, no… han sido casi dos semanas de cólicos y ganas de morir…
Yo no te quería. Supongo que te he hecho a imagen y semejanza de mis peores pesadillas…
Me has dolido y me sigues doliendo… acaso no vienes solo?
Tenía ganas de mirarte a la cara y decirte cositas en mayúscula, cabronazo.
Por ti, por tu culpa he probado días enteros en la cama sin dormir y noches inmensas empujando para que vieras la luz…
Casi consigues que me hiciera unas vacaciones de otoño en el hospital…. Casi.
Y ahora que te veo… mierdecilla… me resultas tan feo como el dolor que te parió…
Me has dejado, eso si, una última y terrible sensación… una sensación que aún dura y un dolorcillo inquietante… ¿es que no querías salir?...
Yo no te quería… como te iba a querer si me has mordido ferozmente las entrañas y me has llevado de la mano a pasear por el infierno dos docenas de veces o algo mas… ¿te hago un mapa?...mira que me lo conozco bien … gracias a ti.
¿Qué voy a hacer contigo?... ¿para qué me sirves?... Para recordar tengo estos días muertos, plagados de calmantes en vena y litros de agua… pinchazos a lo largo de mis brazos y manos y algunos kilos de menos…
He decidido ponerte un nombre… te lo mereces… déjame pensar… dame tiempo… no es fácil hijo puta…
Mañana será otro día.
José Angel Fernández Díaz
Cuando el cóctel de calmantes, que circulaba desde la bolsita transparente, por un finísimo tubo hasta una de mis venas, comenzó a recorrer la maraña interior que soy, poco a poco recuperé, primero mi deseo de vivir y luego la esperanza de no morir jamás…
Primero desapareció poco a poco un dolor terrible que me había convertido en una especie de calcetín desahuciado y que tenía su origen en uno de mis riñones… una piedrita, otra piedrita que quería conocer la luz… y mi uréter, vejiga y luego uretra se habían convertido en el puto túnel con luz al final… Creo que es el momento adecuado para agradecer a mi genética semejante regalo…
Luego, tras la remisión del dolor, apareció la mas agradable e indescriptible de las sensaciones… parece que la culpa es de un opiáceo potentísimo al que deberían llamar dios y no Dolantina… Fue entonces cuando me dejé llevar a través de un agradable sueño…
Ella, esplendida y cariñosa, me guiñó un ojo cómplice y convirtió aquellos labios de película en un beso que depositó sobre los míos, con una mezcla indisoluble de ternura y pasión… desconectó la vía de mi brazo y me tomó de la mano. Ven – me dijo-…. Y salimos de la habitación donde había quedado alojado el dolor. Me llevó hasta su moto, subió y me invitó a que la acompañara. Lo hice… Su melena rubia perfumada, rozaba mi cara que además recibía agradecida la brisa fresca de un día soleado… Abracé aquella cintura breve y deliciosa hasta que llegamos a la playa… Aquel perfume había revuelto alguna vieja historia en mi memoria.
Bajé de la moto y entonces detallé en ella, las mismas gafas de espejo, un vaquero cortado, una camiseta blanca de tirantes y una cazadora rockera… y aquellas sandalias de breve tacón, que se quitó antes de pisar la arena… Ven- escuché una vez mas… La seguí. La playa estaba rotundamente sola… la hicimos nuestra.
Entre dos macizos de rocas confesé que la conocía, que una mañana había ido tras ella y su perro hasta encontrarme con el sol intenso de las primeras horas, que abandoné por alguna razón o por diez razones y que no sabía bien si la había perdido… Posó uno de sus dedos sobre mis labios y me invitó a disfrutar del día y de su calor…
Cuando desperté, respiré profundamente y me encontré con aquel perfume invadiendo mi habitación… estaba solo y conectado a mi bolsita transparente vacía…
José Angel Fernández Díaz.
No se trata de perder o ganar, no es eso, es … es ese escozor en la duda, en la herida; es ese miedo a que se infecte y pueda ir a peor.
La fidelidad a los principios y el gusto por las ideas propias que no lo serían o no deberían serlo si uno fuera incapaz de pensar que son las mejores, las mejores para todos… esa fidelidad refleja el malestar de lo que pudo haber sido y no fue.
No se trata de perder o ganar, no es eso… no porque el ganar o perder, esta vez, no depende de un equipo, no somos equipo… somos intereses dispersos y, es preciso decirlo; intereses malogrados, inconfesables, egoístas… somos un universo de diferencias, una diversidad de lecturas de la única realidad que tenemos…
Las mayorías se equivocan, la historia no nos esconde tal cosa… ha sucedido y seguirá sucediendo. Somos torpes, tozudos e irreflexivos cuando nos vence el fanatismo… y de esa estúpida posición se alimentan los carceleros de farsas o de ideas pervertidas…
No se trata de perder o ganar, no cuando está en juego la paz o la libertad, la igualdad o la calidad de vida… no. Perder y corroborar que ha valido la pena es ganar… ganar y verificar que todo tenía su base en una gran mentira es perder… No saber de que lado está el viento es miedo a permanecer a la deriva y sin rumbo cierto…
Las mentiras son pies blandos, efímeros, para el edificio de las ideas… Cuando las palabras que cuentan esas ideas están infectadas de mentiras, la victoria tiene el color de la noche mas oscura …
No se trata de perder o ganar… se trata de saber si vale la pena haber ganado o haber perdido que algunas veces es no haber ganado, solo eso, no haber ganado y nada mas.
José Angel Fernández Díaz.
Muy pronto para el ruido, muy temprano para la confusión… apenas había salido el sol que coloreaba poco a poco la piel de la pequeña ciudad dormida y desordenada. Habitábamos, creo, aquel tiempo y aquella pequeña plaza anónima, un extraño ciclista madrugador y tal vez hambriento, una hermosa mujer con la mirada atrapada o escondida tras unas gafas de espejo, vaquero roto, rescatado de los ochenta por esa moda cíclica y perversa, camiseta simple y de tirantes y cazadora abandonada sobre un cuerpo frágil y atractivo… junto a ella un perro a que terminó soltando para que corriera libre bajo la luz primera de la mañana… y yo, que, desolado en el interior de mi viejo coche, rumiaba, tras una casual banda sonora, algunos recuerdos que podrían terminar por herirme alguna vez más…
Observé como el ciclista pasaba al lado de aquella mujer, asustándola o sorprendiéndola y arrancando un gesto que iluminó su cara con algo parecido a una sonrisa. Salí del coche justo cuando el ciclista, poco más o menos de mi edad, entraba en una panadería próxima, tras dejar la bicicleta arrimada a la pared. Aquella mujer atrapó la mirada mía, cansada, que me explicaba poco a poco el ir y venir de aquel nuevo día de otoño. Terminamos cruzándonos, este que soy y aquella mujer de melena rubia y un perfume que frenó en seco mis pensamientos para enseñarme los bordes del paraíso… Atrapado por aquel perfume y su manantial, me di la vuelta sin saber qué hacer, mientras se alejaba con su perro…
No sé por qué miré a la panadería donde había entrado el ciclista. Quizá no hubiera sido mala idea regalarle un pastelito e iniciar una conversación… Mientras me entretenía construyendo los pilares de una idea, ella se iba… apenas quedaba la huella de su perfume. Desistí y volví la mirada al lugar por donde se había ido… ya no estaba… Perseguí su aroma hasta que me encontré con el sol entrando con intensidad entre las calles y al fondo su silueta… respiré hondo y acompañé sus pasos a una prudente distancia. Creo que se pertenecían ella al sol y el sol a ella… la dejé ir, no sé por qué… Estaba algo cansado; la noche había sido larga… yo era la noche, intensa, decepcionante… no me quedaban palabras frescas para contarle que algo en ella alimentaba mi esperanza… la dejé ir con la idea de encontrarla otra vez…
Cuando volvía a la plaza m encontré con el ciclista que junto con su bicicleta llevaba una barra de pan y un pastelito de crema del que iba dando cuenta… La mañana avanzaba y en la plaza aun flotaba el perfume de aquella mujer a la que prometí volver aunque solo el sol lo sabe…
José Ángel Fernández Díaz
Una hermosa y placentera mañana a rebosar de sol, muy a pesar del otoño ciertamente avanzado, nos encontramos para volver sobre el camino abierto ayer y anteayer sobre las ruedas de nuestras bicicletas. Me contaron que poco a poco resulta más fácil y así es.
Al principio no me sorprendió en absoluto encontrar que a lo lejos alguien más circulaba sobre su bicicleta, era habitual encontrar otros ciclistas por el camino. En la distancia me percaté de que no llevaba casco y sus zapatillas brillaban de una manera especialmente ruidosa. Nuestras velocidades eran distintas así que a medida que nos íbamos aproximando la imagen se hacía más sustancial y definida. Pronto me percaté de que, como si se tratara de un sueño, delante de nuestras miradas incrédulas, de nuestra respiración agitada; pedaleaba con gracia y ritmo exquisito, una mujer vestida con un escueto bikini rosa, una pulsera a juego, grandes aros dorados en las orejas, melena rubia y rizada al viento y unos inexplicables zapatos plateados de vertiginoso tacón. Nos miramos tras parpadear perplejos…
Acoplamos nuestra velocidad a la de semejante aparición. Ella pedaleaba sin dificultad alguna con aquel calzado tan impropio e inadecuado, sin que pareciera percatarse de nuestra presencia. El sudor perlaba su espalda conquistada por el sol. Nos costaba reconocer que apenas éramos capaces de coordinar la mirada al frente con los movimientos precisos necesarios para pedalear… dejamos de hablar y no ya para evitar que ella terminara asustándose sino mas bien porque no encontrábamos palabras o ideas para encadenar frases… todo se nos iba en pedalear y mirar al frente…
De súbito la oscuridad, desconcierto, algo de dolor y desolación… también desilusión…
Cuando desperté Guille me golpeaba en la cara con un calcetín húmedo. Yo estaba tirado sobre un campo tapizado de hojas secas, el sol reverberaba entre los árboles y ni rastro de aquella mujer.
-Estas bien? – preguntaba mi amigo…
-Que pasó?...
-Perdiste el sentido y llevas un buen rato hablando con los ojos cerrados. Estaba preocupado.
No pregunté nada más a mi amigo. Decidí no comentar lo sucedido.
Guardé para mí el último gesto de aquella aparición. Aún me rebotaba en la memoria su imagen, detenida sobre la bicicleta, indicándonos por donde se iba a su planeta, justo allí tras aquella nube pasajera, que nos señalaba con una de sus glamurosas uñas barnizadas en rosa chicle.
José A. Fernández Díaz.
- Vendo Manual de Supervivencia para Corazones rotos, con mucho uso.
- Se agradecen los comentarios... yo también tengo derecho a leer.