Supongo que la imaginación, libre y asilvestrada, campando a sus anchas, por el peligroso territorio de lo insólito, puede llegar a crear paraísos profundamente entrañables… Creo que en el contexto de un “debate sobre el estado de la nación”, es normal que la mente abandone al cuerpo, lo deje allí frente al televisor y toda esa colección de extraños seres que pueblan las cortes y que describen con sus hilarantes y bochornosas formas y maneras, un alejamiento cada vez mayor de la especie humana reconocible por los bípedos implumes, que mantienen vivas y generosamente habitadas las colas del paro, así como muchas otras pruebas de que el mas allá donde habitan sus señorías es cosa aparte de la realidad tangible…
Pues bien, puede que en esa huida virtual hubiera alcanzado un estado de graciosa ventura y desproporcionada imaginación al servicio del placer… lo cierto es que recuerdo bien el momento: Una tarde amable, generosa de sol y salitre… al fondo, justo donde la arena se confunde con las aguas pacíficas, dos sudorosas mujeres jugando a quien sabe qué extraño planteamiento extrarradio, entre el tenis y el ping-pong de proximidad; escuetamente cubiertas por insignificantes triángulos atados entre sí, simples y estratégicos límites a lo visual y puertas abiertas a la vertiginosa imaginación… Nosotros a lo nuestro… agradecí el cubito de hielo que mi buen amigo dejó caer en el interior de mi vaso, tras verter con gran cuidado, una abundante cantidad de nuestro licor de hierbas… Confieso que el encuentro entre el liquido dorado saliendo de la botella oscura y el glorioso sol, me cegó temporalmente; una insólita manifestación de buenas intenciones, nada más que eso… pronto pude reencontrarme con los triángulos al fondo del paisaje… bebimos, una vez más, deseando que aquel delicioso líquido no nos dejara ver el fondo de la botella…
Entre sorbo y sorbo, nos entreteníamos desdibujando o emborronando la visión cada vez más confusa de la realidad en la que nos tocaba vivir… hablamos de música, de amistad, de tiempos pasados aparentemente mejores, de presentes nada despreciables , de mujeres ajenas y propias, según el libro de familia, de hombres perversos que entienden de fútbol y dicen entender de otras cosas de las que no saben hablar… nos contamos historias con protagonistas, algunas veces, ausentes ya y otras un poco inventadas… Hablábamos y bebíamos bajo el sol cuando de repente, al tiempo, sentimos un dolor agudo en el riñón derecho… nos miramos a los ojos, sabíamos que aquello tenía un nombre y que pronto el dolor terminaría haciéndose con nuestro estado de ánimo, hasta convertirnos en dos guiñapos retorciéndose sobre la arena…
No sé cómo pero conseguimos llegar al hospital, al servicio de urgencias concretamente. Entonces éramos dos colecciones de dolores diversos e insoportables que solo querían morir… Una enfermera se ocupó de descubrir que se trataba de sendos cólicos nefríticos, uno para cada uno… y quizá porque habíamos llegado juntos, apoyándonos el uno con el otro y traíamos una misma dolencia, decidieron meternos en la misma sala. Luego cada uno en su camilla, embutidos en pijamas institucionales con publicidad incluida, nos dedicamos a sudar en frío, evitar vomitar, quejarnos de mil formas diversas, a maldecir los cálculos renales y a rogar a la enfermera que fuera buena y pusiera fin a aquel suplicio de la forma que fuera… estábamos dispuestos a morir si fuera preciso…
Cuando la enfermera nos dejó solos temimos haber sido desconsiderados y quejicas en exceso. Habíamos decidido ya quien iba a salir para pedir perdón, cuando volvía la enfermera con una compañera, cargadas de bolsitas de plástico llenas de líquido transparente y otros artilugios… Nos pidieron que nos acostáramos en las camillas. Horadaron nuestros brazos con unas agujas donde conectaron las bolsitas cargadas con Dolantina, escuché decir…
Pronto sentimos, en una inexplicable conexión cósmica, como el dolor iba cediendo poco a poco y se abría paso una maravillosa sensación de glorioso viaje astral… Nos miramos y apenas pudimos reprimir las lágrimas, mientras nos resistimos a levantarnos para celebrar con un intenso abrazo la llegada al paraíso… Aquello era el colmo de la felicidad, dolantina, se llamaba…
Para cuando volví al cuerpo que sostenía mis ideas, dos lagrimones se descolgaban sobre mi camiseta preferida, sus señorías continuaban avergonzando a sus votantes y la tarde había sido ocupada por la noche…
José Angel Fernández Díaz.