Muy pronto para el ruido, muy temprano para la confusión… apenas había salido el sol que coloreaba poco a poco la piel de la pequeña ciudad dormida y desordenada. Habitábamos, creo, aquel tiempo y aquella pequeña plaza anónima, un extraño ciclista madrugador y tal vez hambriento, una hermosa mujer con la mirada atrapada o escondida tras unas gafas de espejo, vaquero roto, rescatado de los ochenta por esa moda cíclica y perversa, camiseta simple y de tirantes y cazadora abandonada sobre un cuerpo frágil y atractivo… junto a ella un perro a que terminó soltando para que corriera libre bajo la luz primera de la mañana… y yo, que, desolado en el interior de mi viejo coche, rumiaba, tras una casual banda sonora, algunos recuerdos que podrían terminar por herirme alguna vez más…
Observé como el ciclista pasaba al lado de aquella mujer, asustándola o sorprendiéndola y arrancando un gesto que iluminó su cara con algo parecido a una sonrisa. Salí del coche justo cuando el ciclista, poco más o menos de mi edad, entraba en una panadería próxima, tras dejar la bicicleta arrimada a la pared. Aquella mujer atrapó la mirada mía, cansada, que me explicaba poco a poco el ir y venir de aquel nuevo día de otoño. Terminamos cruzándonos, este que soy y aquella mujer de melena rubia y un perfume que frenó en seco mis pensamientos para enseñarme los bordes del paraíso… Atrapado por aquel perfume y su manantial, me di la vuelta sin saber qué hacer, mientras se alejaba con su perro…
No sé por qué miré a la panadería donde había entrado el ciclista. Quizá no hubiera sido mala idea regalarle un pastelito e iniciar una conversación… Mientras me entretenía construyendo los pilares de una idea, ella se iba… apenas quedaba la huella de su perfume. Desistí y volví la mirada al lugar por donde se había ido… ya no estaba… Perseguí su aroma hasta que me encontré con el sol entrando con intensidad entre las calles y al fondo su silueta… respiré hondo y acompañé sus pasos a una prudente distancia. Creo que se pertenecían ella al sol y el sol a ella… la dejé ir, no sé por qué… Estaba algo cansado; la noche había sido larga… yo era la noche, intensa, decepcionante… no me quedaban palabras frescas para contarle que algo en ella alimentaba mi esperanza… la dejé ir con la idea de encontrarla otra vez…
Cuando volvía a la plaza m encontré con el ciclista que junto con su bicicleta llevaba una barra de pan y un pastelito de crema del que iba dando cuenta… La mañana avanzaba y en la plaza aun flotaba el perfume de aquella mujer a la que prometí volver aunque solo el sol lo sabe…
José Ángel Fernández Díaz