Entonces no lo tomaron en serio; pensaron que le había dado de lleno un misil cargado de locura… ahora es historia…
Según el plano adjunto, adquirió el material necesario para construir el espacio que iban a ocupar sus sueños y también las pesadillas, rencores e ilusiones, amores y desamores… desilusiones todas, al fin….
Cuando consiguió reunirlo todo comenzó a construir. Soldó dos piezas cuadradas de un metro por un metro y sus correspondientes barrotes… una pieza estaba destinada a ser el suelo y la otra exactamente igual, iba a ser el cielo de su nueva patria… luego unió una a la otra soldando en las esquinas sendos barrotes de 2 metros con 10 centímetros, hasta que pudo poner la estructura en pie. Poco a poco fue construyendo las paredes, soldando barrotes uno a uno, hasta que quedó uno solo lado sin cerrar. Entonces comenzó a pintar. Pintó de color verde lo que hasta el momento había construido y cuando por fin secó, se dio a la tarea de calcular cuantos barrotes tendría que dejar sin soldar para poder entrar y continuar con el trabajo desde el interior. Lo hizo y, para cuando concluía su trabajo ya desde el interior, el día anunciaba su final con los primeros estertores… Cuando colocó con gran dificultad los dos últimos barrotes, aplicó pintura y arrojó lejos las herramientas… entonces ya dentro, protegido tras las paredes de su república independiente, se dejó poseer por la noche…
Pensó y llegó a decirse: “ahora a desesperar esperando… el final no puede estar lejos… me defenderé con las armas que tengo, luego, moriré desarmado…”
Fabricó las paredes de su última patria con la furia longitudinal de una breve prisión; aplicó una mano de tímida esperanza a los hierros que aislaron para siempre los sueños abortados y se dejó poseer por la nacionalidad falsa de la muerte…
José A. Fernández Díaz.