De entre todas las piezas olvidadas, en el ir y venir de las noches de insomnio, eligió un poema que encontró en la esquina de un suspiro… un suspiro que nunca fue suyo y una esquina que jamás fue capaz de recordar otra vez. Cansado de perderse en ciudades inventadas, donde la poesía tenía tomadas las calles; se compró un mapa cósmico y una brújula con dos nortes. Entonces aprendió a perderse apropósito y con despropósitos. No fue feliz pero siempre tenía cosas que contar cuando conseguía volver a casa.
José A. Fernández Díaz