El no quería pero, por alguna razón que era incapaz de controlar, tenía que abandonarla, dejarse la vida y algo de equipaje… Abandonarla tras amarse a lo largo de casi veinte intensos años .
Llegado aquel momento no tenía palabras para decir, ni fuerzas … sabia que tocaba irse y se fue… se fue diciendo con el último hilo de voz un “ te quiero”… para siempre. El último “te quiero”.
Ella sabía que él no podía quedarse, que ya no era posible, que el amor estaba todo en la memoria y en los objetos que acompañaron su vida juntos…
Antes de irse y sin que ella lo supiera, dejó para siempre un puñado de mensajes en el teléfono… Los había escrito con las últimas fuerzas, poco antes de que ella entrara a despedirse, en una soledad que lo llenó todo cuando el corazón de él se fue parando poco a poco; mientras la vida se le iba entre los brazos de la mujer a la que había enseñado a mirar las cosas con su manera peculiar e inolvidable.
El se fue una mañana de domingo y de primavera; se fue como si la vida también se acabara para ella que no la entendía sin el. Se fue con su mirada dulce posada en la de ella, suplicante y cansada.
La tarde de aquel domingo, sin embargo, fue primavera a reventar y la vida seguía como si a nadie mas que a ella importara que el se había ido para siempre…
José A. Fernández Díaz.