Mientras algunas naves ardían mas allá de Orión, sin que casi nadie pudiera verlo, en la vieja tierra, evolucionada hasta rozar su propia destrucción, el amor se hacía, algunas veces, entre pieles nacidas de otras pieles y humanos artificiales fabricados a través de una mezcla terrible de ingeniería genética y mecánica insensata… Algún que otro curioso amante juró sentir que aquellas réplicas rozaban la perfección nunca vista en seres humanos reales, aquellos “replicantes” eran sin duda mas humanos que los humanos… El modelo Nexus-6 amaba como nadie.
La tierra estaba sumida en un invierno permanente. El sol era historia. Las máquinas se confundían con los resignados habitantes de un mundo donde nada era lo que parecía y donde las apariencias lejos de engañar resultaban gratamente toleradas por los nostálgicos pescadores de viejos sueños.
Aquel hombre había oído hablar de un tiempo llamado otoño. Lo situaban como zona de paso entre un espacio llamado verano y otro quejumbroso e íntimo, frío y húmedo denominado invierno. Había escuchado músicas dedicadas a aquellas porciones de tiempo y había conseguido soñar con lo que nunca había visto ni sentido. Los compases de aquellas cuatro estaciones levantaban y dejaban caer su estado de ánimo como los sucedáneos con los que conseguía seguir vivo. Seguir vivo para esperar a ser engullido por el resultado de tantas mentiras.
Cuando tocaron a su puerta apenas podía imaginar que se trataba de ella que había decidido volver a pesar de que él no había podido ser mas miserable. Era ella… quien mas podía querer estar allí con él?... era ella que no sabía hacer otra cosa que volver, volver siempre. El estaba convencido de que se trataba de una replicante, un modelo avanzado dotado de sentimientos y sensaciones a los que disparaba con el odio que rebosaba del interior que lo poseía. Nunca, sin embargo, había preguntado semejante cosa. Ella era perfecta, tanto que apenas resultaba creíble que un ser humano de verdad llegara a rozar esos límites. No contestaba a sus insultos, lo amaba incondicionalmente, toleraba las infidelidades como si nunca hubieran sucedido, lo había convertido en una especie de ídolo al que justificaba las mas grandes barbaridades e incoherencias, insultos y maltratos de todo tipo… El era feliz en un mundo dibujado a la medida de sus mentiras y farsas y ella era pilar necesario para sostener aquella ruidosa vida inventada.
Decidió, él decidió que quería hacer el amor y lo que ella pudiera desear o querer apenas importaba. Ordenó, así lo hizo realmente, ordenó que se desnudara frente al inmenso ventanal que miraba a la ciudad de la lenta y triste lluvia eterna. Tomó el cuerpo de la mujer que lo amaba con furioso desprecio, convencido de la condición de máquina y la consecuente incapacidad para sufrir o la impecable capacidad para cambiar el curso de sus sensaciones. Ella podía convertir el dolor físico o sentimental mas intenso en placer para compartir… si fuera humana aquello no sería nada distinto al amor mas grande jamás pensado o imaginado… Pero se trataba –estaba convencido-, de un Nexus-6, construido para ser mejor que los hombres de verdad…
Hundió su carne en la carne de ella con furiosas envestidas que aplastaban el cuerpo frágil contra el cristal de la ventana. Terminó por golpearla buscando inexplicables sensaciones hasta que, en un momento determinado, ella notó que algo no iba bien. El se apartó, manchado de sangre ajena, los ojos inexplicablemente negros, el gesto imposible y se dejó caer llevándose al suelo buena parte del desorden que adornaba el breve apartamento… No volvió mas. Había alcanzado su edad máxima. Algunas máquinas –y aquella era una-, están construidas a imagen y semejanza del hombre… mueren cuando menos se lo esperan…
José A. Fernández Díaz